viernes, 22 de febrero de 2008

Viajar a Nueva Zelanda

Nueva Zelanda ofrece una belleza sísmica poco común: montañas glaciares, ríos de corrientes rápidas, profundos lagos de aguas cristalinas, géiseres silbantes y barros que hierven. Alberga numerosas reservas forestales así como desérticas y largas playas; disfruta también de una fauna muy variada, en la que destaca el kiwi, especie endémica de estas costas.

Los viajeros en busca de aventura pueden practicar gran número de enérgicas actividades al aire libre, como excursiones, esquí y descenso de rápidos, sin olvidar el deporte favorito de muchos, el puenting. Igualmente es posible nadar con delfines, jugar con corderos recién nacidos, observar ballenas o practicar la pesca de la trucha cebada en muchos de los ríos existentes. La población, inmersa en una cultura que aúna lo europeo con las costumbres ancestrales maoríes, destaca por su ingenio y hospitalidad. Se requiere cierta práctica para pronunciar los extraordinarios y resonantes nombres de algunos de los rincones que esconde Nueva Zelanda, como Te Awamutu, Whangamomona o Paekakariki.

Al ser un país compacto, viajar por él (en avión, autobús, tren, coche o caravana) no resulta caro y sí muy eficaz. Existen alojamientos variados y económicos, y su exquisita oferta gastronómica incorpora carne de venado, marisco fresco, fantástico helado y premiados vinos.

Durante todo el año existen lugares a descubrir y actividades que realizar. Los meses más templados (de noviembre a abril) son también los de mayor actividad, especialmente durante las vacaciones escolares, que comienzan el 20 de diciembre y se prolongan hasta finales de enero. Sin embargo, las estaciones de esquí cuentan con mayor actividad en invierno. Si se viaja durante la temporada alta (especialmente en Navidad), es conveniente reservar con antelación, ya que puede resultar difícil encontrar alojamiento o medio de transporte. Quizá sea más agradable visitar el país con anterioridad o posterioridad a las épocas de mayor intensidad turística, cuando el clima todavía es templado y los visitantes no proliferan.

Wellington

La capital neozelandesa, Wellington (con una población de 345.000 habitantes), se ubica en un excelente puerto en el extremo sur de la isla del Norte. A menudo criticada por sus homólogos del norte por su mal tiempo, ya que durante el invierno sus vientos llegan a alcanzar la fuerza del vendaval, Wellington es una urbe dinámica preocupada por la cultura y el arte que celebra festivales casi mensualmente y que dispone de excelentes restaurantes étnicos y cafeterías. Asimismo, es la sede del gobierno y de los tesoros nacionales.

Entre sus edificios de interés, se hallan el Beehive, de estilo modernista, sede del ejecutivo del parlamento; el antiguo edificio del Gobierno, uno de los mayores del mundo realizados íntegramente en madera; la Biblioteca Nacional, que alberga la colección más extensa de libros del país; y el monumento conmemorativo a Katherine Mansfield, situado en la propiedad donde nació la famosa escritora en 1888. Asimismo, pueden visitarse museos (incluido el nuevo y excelente Museo de Te Papa), un parque zoológico y disfrutar de unas maravillosas vistas de la ciudad desde la cima del monte Victoria. La zona para efectuar compras se focaliza en la calle Cuba Street; en el distrito de Thorndon existen enclaves históricos relevantes; en Lambton Quay se encuentra el principal centro de negocios de la metrópoli; y el monte Victoria es el lugar ideal donde alojarse y comer por poco dinero. También merece la pena visitar el Museo de Plantas Autóctonas.

Auckland

Auckland es la ciudad más grande del país, con una población de 1.002.000 habitantes. Su práctica totalidad está circundada de agua y cubierta de colinas volcánicas. Al igual que Sidney, Auckland dispone de un espectacular puerto y un puente, además de un increíble número de entusiastas de los yates, lo que le ha valido la denominación de Ciudad de las Velas. La urbe atrae en especial a las personas procedentes de las islas del Pacífico Sur, y actualmente presenta la mayor concentración de ciudadanos polinesios del mundo. Entre los lugares más remarcables, destacan el Museo de Auckland, que acoge una muestra memorable de objetos y cultura maorí, y el Kelly Tarlton's Underwater World & Antarctic Encounter, una simulación única del océano y de las actividades de exploración.

Las zonas de Parnell y Newmarket, a las afueras de la ciudad, resultan los lugares idóneos para comprar. Pueden contemplarse edificios victorianos bien conservados en Devonport, y en Ponsonby se puede adquirir artesanía polinesia; además, abundan cafeterías, restaurantes y mercados. Desde el volcán extinguido de One Tree Hill se disfruta de unas bellas vistas de la metrópoli. Para darse un baño, se recomiendan las playas de Kohimarama y Mission Bay. El golfo Hauraki de Auckland está salpicado de islas como Rangitoto, Great Barrier y Waiheke, donde el alojamiento es asequible y existen numerosas posibilidades para pasear y hacer submarinismo. La isla Waiheke alberga excelentes galerías de arte. Auckland aparece como un punto de partida ideal para visitar las fascinantes regiones de la península de Coromandel y de las llanuras de Hauraki, al Sureste.

Otago y Southland

En Otago y Southland destacan tres parajes que ocupan la zona meridional de la isla del Sur: Queenstown, con sus múltiples actividades; los caminos del Parque Nacional de Fiordland ; y la península de Otago, la primera incursión de Nueva Zelanda en el turismo ecológico. Queenstown, situada en un valle glaciar al borde del lago Wakatipu, es una ciudad rebosante de aventuras: paravela, esquí acuático por rápidos helados en barcos a reacción, rafting y puenting en el Canyon Bridge. La última moda se basa en lanzarse desde un helicóptero a 300 m.

El Parque Nacional de Fiordland, que toma el nombre de su costa excavada por el glaciar, se ubica en una zona salvaje de montañas y bosques de hielo y hayas. En su punto álgido, la zona de Milford Sound, los barcos de crucero se balancean como si fueran juguetes bajo las sombras de elevadas montañas y cascadas. Entre las rutas alpinas clásicas se halla la Routeburn Track (en el Parque Nacional del monte Aspiring), el valle Hollyford y el camino Milford Track (conocido como el más bello del mundo).

La península de Otago destaca como una importante zona de vida salvaje que dispone de bosques y colonias de albatros, pingüinos y focas, además de acuarios, museos y enclaves históricos. En ella, se ubica la ciudad universitaria de Dunedin, cuna de arte y entretenimiento famosa por haber dado lugar a una generación ecléctica de bandas de rock de gran éxito. La urbe, de influencias escocesas, posee un rico patrimonio arquitectónico, con gran número de museos, galerías y castillos.

En la zona, existen numerosos lagos gigantescos; entre ellos el lago Hawea y, no muy lejos, en Otago, el lago Wanaka. El lago Te Anau, en Southland, el segundo de Nueva Zelanda en tamaño, es el resultado de la acción de un gran glaciar. En él pueden visitarse cuevas de larvas luminosas, cascadas y remolinos. Los bosques autóctonos de los Catlins, los más extensos de la costa oriental de la isla del Sur, se sitúan entre Invercargill y Dunedin. Poseen reservas de plantas y árboles poco comunes, además de especies animales, como focas, leones de mar, pingüinos y patos.

Northland
Northland es cuna tanto de la civilización maorí como de la pakeha, ya que fue aquí donde estos últimos mantuvieron sus primeros contactos con los maoríes, donde se estableció el primer asentamiento para la caza de ballenas y donde se firmó el tratado de Waitangi. A menudo conocida como el norte menos frío debido a las suaves temperaturas de las que goza durante todo el año, Northland disfruta de un interesante número de museos, como el Museo Otamatea Kauri & Pioneer ; de preciosas playas de arena blanca, como la Ninety Mile Beach ; de lugares para practicar el submarinismo, como la Reserva de las islas Poor Knights, considerada por Jacques Cousteau como uno de los diez mejores lugares del mundo para realizar este deporte; de ciudades históricas ( Pahia y Waitangi ); de zonas indicadas para la pesca deportiva ( Bahía de las islas ); y de reservas de flora y fauna ( Waipoua Kauri Forest ).
Whangaparaoa
Una sucesión de atractivas bahías conduce a la de Whangaparaoa (cabo Runaway), en el extremo del cabo oriental de la isla del Norte. Las playas aparecen bastante abandonadas y con maderas flotantes, pero merece la pena visitar la vieja iglesia anglicana, rodeada de pinos Norfolk y situada en un solitario promontorio. Al cabo Runaway sólo puede llegarse a pie, pero se aconseja pedir permiso antes de entrar, por su condición de propiedad privada.

Isla Great Barrier
Esta isla, situada en la entrada del golfo Hauraki, se caracteriza por kilómetros de playas de arena blanca en su costa este, por protegidas calas de profundas aguas en su costa oeste y por una escarpada cordillera que la recorre en su parte central. La reserva de 80.000 ha dispone de numerosos senderos que combinan antiguos caminos de explotación forestal y raíles de los tranvías. Los manantiales de agua caliente, los elevados bosques de kauris y el aura serena que se respira hacen de esta isla el enclave ideal para evadirse. Desde Auckland, 88 km al Sur, parten vuelos y ferrys hasta Great Barrier.

Harihari
Harihari, una pequeña ciudad en la costa oeste de la isla del Sur, saltó a la fama mundial cuando, en 1931, Guy Menzies completó el primer vuelo en solitario cruzando el mar de Tasmania desde Australia. El viaje se desarrolló sin problemas, pero el aterrizaje fue desastroso, porque el avión cayó en un pantano y Menzies, al soltarse el cinturón de seguridad, dio de cabeza al barro. En la actualidad, la urbe es reconocida por su costa, idónea para pasear, la posibilidad de observar aves y pescar salmón y trucha.

Parque Nacional del Monte Cook
La agotadora caminata de cuatro días de Copland Pass por el Parque Nacional del Monte Cook, en la isla del Sur, puede considerarse una aventura irrepetible, aunque sólo puede realizarse si las condiciones meteorológicas lo permiten y si se efectúa junto a grupos bien preparados y experimentados o, en su defecto, en compañía de guías profesionales. El terreno pasa de glaciares y campos nevados a bosques tropicales y piscinas termales. El camino, a 2.150 m de altitud, está rodeado de picos de 3.000 m de altura. No está indicado para efectuar un paseo ligero y sólo está recomendado para profesionales con experiencia en el uso de hachas para hielo, garfios y equipos de orientación de alta montaña. Quien consigue cruzar este paso -dicen- entra a formar parte de un club de elite formado por aficionados a las grandes alturas.

Isla Stewart
La tercera isla más grande de Nueva Zelanda, Stewart, es internacionalmente conocida por la riqueza y variedad de sus aves; alberga tuis, periquitos, kakas y korimakos. El kiwi, una especie poco común tanto en la isla del Norte como en la del Sur, puede verse con bastante frecuencia en Stewart, especialmente en sus playas. En la parte septentrional de la isla existe una magnífica red de senderos y cabañas, mientras que el sur sufre un relativo olvido y aislamiento, y está escasamente desarrollado. Sus habitantes (menos de cuatrocientos en total) son robustos, taciturnos y, en general, desconfían de las personas procedentes de las islas principales.

El clima es muy variable y la oferta de alojamiento, muy básica; sin embargo, existe la posibilidad de hospedarse en las casas de los lugareños por poco dinero.
Nueva Zelanda es la meca para todos aquellos que buscan experiencias emocionantes y para los interesados en los amplios espacios abiertos y en las actividades físicas. Entre los deportes que se pueden practicar en el aire, destacan el puenting, el paracaidismo, la caída libre, el rappel y el vuelo. En tierra firme, es factible realizar senderismo, montar en bicicleta de montaña, esquiar, montar a caballo, escalar rocas y practicar el zorbing. Bajo tierra se puede visitar cuevas, descender rápidos en cavernas y practicar el hidrosliding; sobre el agua es posible ir en motos y trineos acuáticos, hacer rafting, boogey boarding, canoa, kayak, surf, descenso de rápidos en tabla de surf y submarinismo con escafandra. Si existen dificultades para desplazarse de un sitio a otro, y esto supone un reto, Nueva Zelanda es el lugar indicado para intentar superarlo.

A pesar del número de actividades excéntricas que se pueden efectuar, se mantiene el tramping (jerga con que se conoce al senderismo en Nueva Zelanda) como la más popular. Existen miles de kilómetros de caminos marcados y una apreciada red de albergues, que hacen del senderismo una actividad viable tanto para personas ya experimentadas como para paseantes. Muchos de los caminos más populares, como los de Great Walks, resultan bastante transitados, especialmente durante el verano, por lo que, si se prefieren rutas más solitarias, se recomienda contactar con el Departamento de Conservación para obtener más información sobre la zona.

Nueva Zelanda se ha convertido en uno de los destinos más visitados del hemisferio sur para practicar el esquí, además de otros deportes de invierno, debido a sus abundantes y seguras nevadas, que se producen por lo general entre junio y octubre. Existen numerosos paquetes de vacaciones para ir a esquiar y una gran variedad de estaciones repartidas por la isla del Norte y la del Sur.
El descubrimiento de Nueva Zelanda en el año 950 d.C. ha sido atribuido al navegante polinesio Kupe, que la bautizó como Aotearoa (tierra de la larga nube blanca). Siglos más tarde, alrededor del año 1350 d.C., se produjo una gran ola migratoria procedente de la tierra de Kupe (Hawaiki) que, siguiendo las instrucciones de navegación del mismo, arribó a Nueva Zelanda; suplantaron o se mezclaron con los pobladores anteriores. Su civilización, jerárquica y sanguinaria, se desarrolló durante siglos sin recibir ninguna influencia exterior discernible.

En 1642, el explorador neerlandés Abel Tasman efectuó un breve viaje por la costa occidental neozelandesa. Sus intentos de permanecer en el país durante más tiempo se vieron frustrados porque parte de su tripulación fue asesinada y devorada. En 1769, el capitán James Cook circunnavegó las dos islas principales a bordo del Endeavour. Sus primeros contactos con la civilización maorí tampoco resultaron cordiales, pero Cook, impresionado por el espíritu y valentía de los aborígenes, se aseguró la incorporación de esta tierra con potencial a la corona británica antes de partir rumbo a Australia.

Cuando los británicos iniciaron su colonización de las antípodas, Nueva Zelanda estaba considerada una ramificación de la empresa australiana de ballenas y focas; de hecho, el país se mantuvo bajo la jurisdicción de Nueva Gales del Sur entre 1839 y 1841. Sin embargo, el asentamiento europeo en la zona propició de inmediato diversos problemas, y fue necesario establecer con urgencia una política de distribución de la tierra entre los colonos (pakeha) y los maoríes. En 1840 se firmó el tratado de Waitangi, por el cual los maoríes cedían la soberanía del país a Gran Bretaña a cambio de su protección y de la garantía de la posesión de sus tierras. Pero las relaciones entre maoríes y pakehas se deterioraron, ya que los primeros estaban muy alarmados por el efecto que los segundos ejercían sobre su sociedad y estos últimos no respetaban los derechos de los maoríes que se habían perfilado en el tratado. En 1860 se declaró una guerra entre ambos, que se alargó durante gran parte de esa década hasta la derrota del pueblo maorí.

A finales del siglo XIX, se respiraba una relativa paz. El hallazgo de oro había generado prosperidad y, junto al desarrollo de la ganadería lanar a gran escala, generó seguridad en el país. Su reputación como nación comprometida con las reformas igualitarias se consolidó con cambios sociales, como el derecho al voto de la mujer, la seguridad social, la promoción de los sindicatos y la creación de servicios infantiles.

En 1907 se concedía a Nueva Zelanda la condición de dominio dentro del imperio británico y, en 1931, se reconocía su independencia, aunque formalmente no fuera proclamada hasta 1947. La economía se mantuvo pujante hasta la recesión mundial de los años ochenta, cuando el desempleo aumentó considerablemente. En la actualidad, la situación económica se ha estabilizado, en gran parte debido a la recuperación de las exportaciones. A mediados de la década de 1980, Nueva Zelanda fue aplaudida internacionalmente por su postura antinuclear, a pesar de que supusiera un desacuerdo con Estados Unidos, y por su oposición a las pruebas nucleares francesas en el Pacífico, que Francia contraatacó destrozando el barco Rainbow Warrior de la organización ecologista Greenpeace cuando éste llegó al puerto de Auckland.

Actualmente, la población maorí está creciendo con más rapidez que la pakeha, y el resurgir del Maoritanga ha impactado en la sociedad neozelandesa. El aspecto cultural más alentador se basa en la mejora de las relaciones entre maoríes y pakehas: en 1985, se produjo la revisión del tratado de Waitangi, que comportó una serie de compensaciones económicas a las tribus maoríes cuyas tierras habían sido confiscadas injustamente. Sin embargo, la última propuesta del gobierno neozelandés provocó diversas movilizaciones por parte de los maoríes, que llegaron a interrumpir celebraciones y acontecimientos, ocuparon las tierras reclamadas, bloquearon las carreteras con barricadas e incluso introdujeron una almádena en la Copa de América y amenazaron con estallar el parlamento nacional. Este malestar social conmocionó a los neozelandeses y situó la reconciliación nacional como prioridad en la agenda política. Aunque las relaciones raciales se han restablecido, el tema sigue siendo de vital importancia.
Los pakehas y los maoríes aparecen como las civilizaciones dominantes. Entre los demás grupos poblacionales, más reducidos, figuran ciudadanos dálmatas yugoslavos, polinesios, indios y chinos. La pasión por el deporte une a toda la población, en especial el rugby (el juego nacional), y los pasatiempos al aire libre, como la vela, la natación, la bicicleta, las excursiones y las acampadas. Dejando a un lado el laicismo, prevalece la religión cristiana; las confesiones más practicadas son el anglicanismo, el presbiterianismo y el catolicismo. La síntesis entre la fe maorí ratana y la fe ringatu con el cristianismo se ha convertido en una interesante alternativa religiosa.

Nueva Zelanda cuenta con dos idiomas oficiales: el inglés y el maorí, a pesar de que el primero es mayoritario. Tras un largo período de declive, en la actualidad el maorí está resurgiendo, especialmente gracias al renacimiento del Maoritanga (civilización maorí). El maorí, una lengua dulce y poética, resulta muy sencilla de pronunciar si se habla fonéticamente y se separa en sílabas cada palabra.

El variado arte neozelandés valora la innovación, la integridad y la artesanía que reflejan los patrimonios pakeha, maorí y melanesio. Abundan las tallas en madera, piedra, concha y hueso, mientras que las obras mayores, como el tukutuku (paneles de madera), están dispuestas en la mayoría de las maraes (casas de reunión). El diseño de joyería se inspira en el paisaje; para ello, se utilizan conchas de Paua y guijarros de diorita y grauvaca. Se pueden encontrar pendientes con forma de hojas del árbol gingko, gafas de sol que siguen el modelo de los zarcillos de helechos autóctonos y collares con diseños de flores de franchipaniero. Existe una gran oferta teatral por todo el país, especialmente en Wellington, además de un buen número de galerías, entre las que destaca la Galería Pública de Arte de Dunedin, la más antigua de Nueva Zelanda y una de las más sobresalientes. Igualmente, el escenario musical incorpora numerosos artistas de mucho talento, desde Split Enz y Crowded House hasta los juegos pirotécnicos de guitarra de los Dunedin's 3Ds y Straitjacket Fits, aplaudidos a escala nacional e internacional.
Nueva Zelanda está situada en el océano Pacífico Sur, a 1.600 km al sureste de Australia. Con una extensión de 1.600 km de Norte a Sur, está formada por dos grandes islas y un conjunto de islas menores, algunas prácticamente rozando sus costas entre sí y otras a cientos de kilómetros de distancia. La isla del Norte (115.000 km² de extensión) y la isla del Sur (151.000 km²) son las mayores; les sigue la isla Stewart (1.700 km²), situada bajo la isla del Sur. La isla del Norte posee grandes volcanes (incluido el monte Ruapehu, actualmente activo) y zonas termales también activas, mientras que la del Sur cuenta con los Alpes Neozelandeses, una magnífica cordillera montañosa que recorre longitudinalmente la práctica totalidad de su territorio. Nueva Zelanda posee innumerables ríos y lagos, entre los que destacan el río Whanganui y los lagos Taupo, Waikaremoana y Wanaka.

Gran parte de su extensa flora es endémica: gigantescos bosques de árboles kauri (Agathis australis) y kohekohe, productores de goma; selva tropical en la que predominan rimu (Dacrydium cupressinum), hayas, tawa, matai (black pines) y rata (Metrosideros robusta); helechos y lino; campos de hierbas alpinas y subalpinas; y montes bajos y matorrales. Una de las plantas más características es la pohutakawa, conocida como el árbol de Navidad neozelandés, que se cubre de brillantes flores rojas al llegar diciembre. Entre el 10 y el 15% de la nación está cubierto de flora nativa, la mayoría protegida en parques y reservas nacionales.

La fauna autóctona se limita al murciélago. Las aves, sin embargo, sí se han desarrollado enormemente y, entre las especies más comunes, figuran la lechuza de Nueva Zelanda, el tui (parson bird), el weka (Galliralus australis) y el papagayo nestor, un ave estruendosa y traviesa que disfruta pavoneándose ante los humanos, volcando cubos de basura y deslizándose durante la noche por los tejados. Otras especies introducidas en el país y ampliamente extendidas son el cerdo, la cabra, la zarigüeya, el perro, el gato, el ciervo y la ubicua oveja, pero su proliferación ha dañado el medioambiente: En la actualidad, existen 150 plantas autóctonas (un 10% del total), y numerosas especies de aves endémicas están amenazadas de extinción. Las aguas de la costa neozelandesa contienen una gran variedad de peces, entre ellos atunes, peces espada, snappers (familia de los lutiánidos), trevally (familia de los carángidos), kahawais y tiburones; los mamíferos marinos, como los delfines, las focas y las ballenas, atraen a los amantes de la naturaleza de todo el planeta. Existen 12 parques nacionales, 20 parques forestales, 3 parques marítimos y 2 marinos, además de 2 zonas declaradas Patrimonio de la Humanidad: el Parque Nacional de Tongariro, en la isla del Norte, y el de Te Waihipouna-mu, en la isla del Sur.

Situada entre los paralelos sur 34 y 47, Nueva Zelanda se ubica en la latitud de los cuarenta rugientes, donde predomina el viento, que sopla continuamente por todo el país de Oeste a Este y que puede variar desde una suave brisa en verano a un fuerte vendaval en invierno, capaz de arrancar los tejados de las casas. Debido a sus diferentes características geológicas, la isla del Norte y la del Sur presentan dos patrones pluviales muy distintos: en la isla del Sur, los Alpes Neozelandeses actúan como barrera contra los vientos húmedos procedentes del mar de Tasmania, propiciando un clima húmedo al oeste de las montañas y seco al este; en la isla del Norte, sin embargo, la lluvia se reparte de forma más homogénea porque no existe ningún accidente geológico similar a los Alpes. Las temperaturas son más bajas en la isla del Sur, pero en ambas nieva durante el invierno. Los meses invernales son junio, julio y agosto; los estivales, diciembre, enero y febrero. Conviene recordar que el clima neozelandés es marítimo más que continental, esto significa que puede cambiar con una rapidez sorprendente. La temporada alta se desarrolla durante los meses templados de noviembre y abril, aunque en invierno las estaciones de esquí, como la de Queenstown, están al completo.
La gran mayoría de los visitantes llegan al país en avión. Existen cuatro aeropuertos internacionales: Auckland (el principal punto de entrada y salida), Wellington, Christchurch y Queenstown. Las tasas aeroportuarias en los vuelos internacionales ascienden a 20 dólares neozelandeses. Algunos cruceros atracan en Nueva Zelanda, pero el país no cuenta con ningún servicio de transporte marítimo regular para viajeros; en la actualidad, la tradicional costumbre de trabajar en un yate para pagarse el pasaje parece formar parte del pasado.
Aunque Nueva Zelanda es un país compacto y permite desplazarse de un lado a otro con facilidad, merece la pena utilizar el avión, en especial para no perderse los paisajes montañosos y los volcanes. Además, existen múltiples descuentos que permiten acceder a vuelos económicos. Las dos compañías nacionales son Air New Zealand y Qantas New Zealand. Existen algunas otras más pequeñas como Mt Cook Airline, Eagle Air y Air Nelson, copropiedad de Air New Zealand que se han agrupado con el nombre Air New Zealand Link para ofrecer cobertura en el interior.

Nueva Zelanda dispone, asimismo, de una amplia red de autobuses; InterCity es el operador principal, tanto en la isla del Norte como en la del Sur. Newmans (en la isla del Norte) y Mt Cook Landline (en la isla del Sur) operan como las compañías de autobuses más importantes. Las rutas más comunes disponen de servicios frecuentes (al menos diariamente) pero, por desgracia, caros y lentos. Como alternativa, se puede viajar con compañías regulares de autobuses más pequeñas, más económicas, que proporcionan un trato más directo que las grandes compañías. Algunas de ellas están pensadas especialmente para cubrir la demanda de los viajeros extranjeros, y disponen de numerosos suplementos en sus servicios que las hacen particularmente atractivas. Otras compañías proponen un viaje por Nueva Zelanda en autobuses alternativos : una forma de conocer el país sin prisas.

No existen muchas rutas ferroviarias principales. Los trenes, modernos y cómodos, pueden resultar más económicos que los autobuses. Las carreteras son buenas y están bien señalizadas, y las distancias son cortas, por lo que se recomienda viajar en coche (en Nueva Zelanda se conduce por la izquierda). Al resultar muy común el alquiler de vehículos, existen muchas ofertas. El viajero dispone de numerosos servicios de transporte marítimo, entre ellos el ferry de Interislander, que opera entre Wellington, en la isla del Norte, y Picton, en la isla del Sur. Siempre cabe la posibilidad de montar en bicicleta; de hecho, muchos visitantes describen Nueva Zelanda como el paraíso de los ciclistas: un país limpio, frondoso, poco poblado y explotado; además, existen numerosos parajes donde se puede acampar y encontrar alojamiento por poco dinero. El alquiler de bicicletas resulta económico; puede ser diario, semanal o mensual.

Viajar a Nueva Caledonia

Clanes y café con leche, esclavitud y arrecifes, matanzas melanesias y platos del día. Nueva Caledonia es un buen ejemplo del dicho "el pan que da de comer a unos procede del sudor y la sangre de otros". Francia permanece aferrada a esta parte del mundo, y ha enviado a sus marines en diversas ocasiones para mantener a la población a raya.

Los habitantes de Nueva Caledonia -caldoches, metros y canacos- miran apresuradamente hacia el futuro, quizá sin optimismo, pero sí con el firme propósito de poner fin a la absurda espiral de violencia que se desencadenó en la década de 1980. El archipiélago ofrece amplias opciones al viajero, desde bucear en arrecifes inmaculados a cenar en restaurantes de cocina francesa, desde practicar senderismo por la selva a salir de marcha al Club Med, en Hienghène. Si se mantiene el respeto hacia las costumbres locales, la mente bien abierta y el sentido del humor, el viaje a Nueva Caledonia se convertirá en una experiencia inolvidable.

El viajero puede seleccionar cualquier época del año para descubrir Nueva Caledonia. Si los ciclones o los mosquitos son motivo de preocupación, deben evitarse los meses entre noviembre y abril; si se planifica el viaje con el objetivo de asistir a alguno de sus festivales, destacan el Festival del Aguacate (en la segunda quincena de mayo), la Foire du Bourail (de finales de agosto a principios de septiembre) y el Équinoxe (en octubre). Si se cuenta con conocimientos de submarinismo, no debe perderse el mosaico de colores que acompaña el desove del coral a principios del verano.

Nouméa
Tras los atentados con bomba y los altercados de la década de 1980, Nouméa inició una etapa de nuevas construcciones sin parangón desde los impetuosos días del auge del níquel. Los políticos actuales protestan más por los despidos forzosos y los recortes de servicios que por la dependencia de la administración francesa. Desde Anse Vata en el Sur, la playa más prestigiosa de Nouméa, hasta los barrios de Koutiou y Yahoue, en el Norte, la urbe alcanza a duras penas los 15 km. El centro urbano se extiende por la bahía de la Moselle hacia el Oeste, un bello puerto que constituye un buen refugio para los cruceros, los pesqueros y la flota de yates privados. En dirección oeste se emplaza Nouville, donde estuvo ubicado el primer penal de la colonia y que en la actualidad está unido a tierra firme por el terraplén que crearon los fundidores de níquel. Al norte del centro urbano aparecen zonas residenciales e industriales de escaso interés turístico. En el extremo este de la península se encuentran los bienestantes barrios del frente marítimo de Ste Marie y Ouemo.

El Centro Cultural Jean-Marie Tjibaou se descubre como el proyecto más novedoso e interesante de la ciudad, a unos 10 km del centro. Diseñado para mostrar los lazos de los canacos con su tierra, resulta una feliz mezcla de arquitectura contemporánea con las creencias culturales indígenas; muestra objetos de su legado y de las culturas de Oceanía. La Biblioteca Bernheim, la más importante de la capital, ofrece una atmósfera agradable y relajada, a pesar del tráfico circundante. Para escapar realmente de los vehículos, nada mejor que una visita al Aquarium, en Anse Vata. Posee ejemplares de la vida marina extraños y atípicos, desde esponjas y coral hasta enormes peces de afilada dentadura.

Al este del centro urbano se halla el valle de los Colonos, una animada zona donde en la actualidad habitan numerosos inmigrantes canacos y polinesios. Nouville merece una visita por las ruinas del penal y la aislada bahía de Kuendu, un paraje idóneo para nadar y bucear. También puede acercarse al barrio Latino, un guiño al famoso distrito homónimo parisino, próximo a Port Moselle y al sur de la población. Si se desea vivir una experiencia realmente inmunda, el viajero no debe perderse (y es difícil de evitar) el Doniambo Nickel Smelter, un emplazamiento antiestético repleto de chimeneas y situado en el norte de la localidad.

Anse Vata dispone de los mejores alojamientos de lujo, aunque cuenta con algunos establecimientos económicos entre los hoteles de cuatro y cinco estrellas. El albergue de juventud, en el centro, ofrece el hospedaje más barato, además de espléndidas vistas sobre la bahía de la Moselle, pero existe una amplia oferta para pernoctar (desde lo espartano hasta lo lujoso) en la urbe y la bahía des Citrons. Puede ser interesante echar una ojeada al barrio Latino y a la bahía des Citrons para encontrar restaurantes de precio módico, aunque el centro cuenta con infinidad de bares.

Isla de los Pinos
Junto con Grande Terre, resulta prácticamente la única parte de Nueva Caledonia visitada por los turistas. Su mayor atractivo radica en sus extraordinarias playas y bahías. Entre sus habitantes, abundan los canacos. El hecho de que la isla quedara al margen de la violencia desencadenada en la década de 1980 podría ser una de las consecuencias del carácter extremadamente acogedor y amigable de los isleños para con los viajeros. Las mejores playas se ubican en Kuto, la zona de máximo interés turístico. La mayoría de los alojamientos y restaurantes se encuentran en esta zona, y en la bahía de Kuto los nativos salen a pescar al anochecer. La residenciadel gobernador de la colonia penal, la Gendarmerie, las ruinas de la prisión y el cementerio de los deportados merecen asimismo una visita.

Una tranquila excursión de 45 minutos conduce hasta la cima del Pic N_Ga (a 262 m de altitud), y en un día claro la vista puede abarcar la isla al completo. Existen múltiples grutas, entre las que destacan la cueva de Wèmwânyi, la más famosa, y la cueva d_Ouatchia, un estrecho pasadizo subterráneo con impresionantes formaciones rocosas. La bahía de Oro es un protegido estuario de agua del más bello color turquesa, rodeado por los inmensos pinos que dan su nombre a la isla. La isla de los Pinos cuenta con adecuadas conexiones vía aérea desde Nouméa, y un ferry; diversos buques de carga aceptan igualmente el transporte de pasajeros. Dista 50 km al sureste de Grande Terre.

Hienghène
Hienghène cuenta en su poder con dos bazas principales: el hecho de haber sido el escenario del asesinato de diez independentistas en 1984, y los Lindéralique Cliffs, espectaculares acantilados de piedra caliza negra, que se levantan en algunos puntos hasta 60 m sobre del nivel del mar. Están coronados por afilados pináculos, y posee numerosas cuevas habitadas por golondrinas y zorros voladores (el gran murciélago local). Un Club Med al sur de Hienghène ofrece alojamiento de lujo y una excelente imitación de un poblado melanesio. El Centro Cultural Goa Ma Bwarhat incluye un pequeño museo y una sala de actuaciones, donde se ofrecen ocasionales funciones de teatro, música y narraciones de leyendas. Igualmente resulta factible recorrer el Chemin des Arabes por las montañas centrales de Grande Terre hacia la costa oeste; el viaje se alarga tres días. Hienghène se emplaza en la costa noreste de Grande Terre y se accede a través de una carretera pavimentada que cruza las montañas y luego abraza la costa, descubriéndose un espectacular paisaje litoral. La forma de acceso más adecuada se efectúa mediante un autobús que parte de la capital.

Bourail
Con una población de tan sólo 4.350 habitantes, Bourail se descubre como un dinámico asentamiento de la era colonial y la segunda urbe -desde el punto de vista de extensión- de Nueva Caledonia. Presenta algo más de dinamismo que el cementerio árabe y el cementerio de la guerra del Pacífico de Nueva Zelanda. La caza y la pesca constituyen los pasatiempos favoritos entre la comunidad caldoche local, y su atractivo más conocido lo compone una extraña formación rocosa, la Roche Percée. Los vecinos afirman que representa un rostro, y cuando la marea está baja se puede ascender hasta su cumbre. Los más madrugadores podrán ver las tortugas en la bahía de las Tortugas. La mejor playa de la zona, Poé, cuenta con arena blanca y fina, conchas de colores y un excelente fondo marino para bucear. La RT1, en excelentes condiciones, bordea la montaña hasta Bourail, a unos 150 km al noroeste de Nouméa. Se puede acceder a esta población mediante autobús o automóvil

Parque Territorial de la Rivière Bleue
Aunque los días festivos y los fines de semana se halla atestado de visitantes, entre semana se puede disfrutar del parque prácticamente en solitario. Este emplazamiento resulta idóneo para los amantes de la naturaleza y los excursionistas. Posee bosques vírgenes de araucarias y pinos de kauri (incluida la especie gigante Grand Kaori, que se calcula debe tener unos mil años de edad), estanques para nadar y multitud de senderos. La rica fauna avícola del parque incluye los periquitos de corona roja, el melífago negro y el cagou, el pájaro nacional de Nueva Caledonia. Este último, que llegó a estar amenazado de extinción, vuelve a tener presencia gracias a un programa de reproducción y cría en cautividad. Se sitúa a 43 km tierra adentro desde Nouméa siguiendo la carretera RT2, y se accede mediante el autobús que se dirige a Yaté. En el interior del espacio protegido no se ha habilitado ningún medio de transporte público.

Viajar a Micronesia

Un país que intenta ilegalizar las corbatas y las gorras de béisbol bien merece un comentario. A pesar de hallarse estrechamente atado por las cuerdas de la economía y la política estadounidense, Micronesia se aferra con obstinación a su forma de vida tradicional: los hombres todavía lucen taparrabos y la moneda de piedra todavía circula. Los micronesios se sienten orgullosos de su pasado; en especial, porque navegaban por el Pacífico antes de que Colón conociese a la reina Isabel. En las aguas de estas tranquilas islas hay algunos de los mejores pecios (restos de naves naufragadas o hundidas) del mundo y se considera un paraíso, todavía por descubrir, para los amantes de la playa y el submarinismo.

Se puede viajar a Micronesia en cualquier temporada, pues la temperatura ronda los placenteros 27ºC durante todo el año; de manera que no hay que preocuparse por el clima. Aunque la humedad sea más intensa entre abril y noviembre, se tiene el consuelo de no estar nunca demasiado lejos de un refrescante chapuzón en la playa. El país está fuera de los circuitos turísticos, así que no hay distinción entre temporada alta y baja y los visitantes escasean durante todo el año.

Kosrae
Kosrae es una de las zonas menos explotadas y mejor conservadas de Micronesia, un lugar tranquilo en el que previve una atmósfera de inocencia. La mayor de sus islas posee una superficie de 109 km² de naturaleza volcánica, con un interior de selva pluvial inexplorada, un inmaculado arrecife litoral y una costa que es una combinación de playas arenosas y marismas de manglares. La gente es relajada y poco pretenciosa y, como no resulta habitual tener más de una docena de visitantes al mismo tiempo, sus habitantes todavía muestran un interés amistoso hacia los recién llegados.

Las impresionantes ruinas de la vecina isla de Lelu datan del siglo XIV, cuando los jefes de Kosrae dominaban la región. Aunque los alrededores de la urbe primigenia fueron demolidos, las ruinas que quedan transmiten todavía la sensación de una ciudad antigua y oculta; el tipo de enclave aislado que uno espera encontrarse después de una larga expedición al interior de la selva. Lelu Hill, el punto más alto de la isla, está repleto de cuevas y túneles que los japoneses utilizaron durante la II Guerra Mundial.

Kosrae cuenta con arrecifes de coral vírgenes cercanos a la costa, a los que se puede acceder tanto desde la playa como desde una embarcación. La visibilidad submarina puede alcanzar fácilmente los 30 m, y en verano hasta los 60. El Blue Hole (agujero azul) de Lelu alberga cabezas de coral, peces león y barracudas. En el Sur, un sitio recomendable es Hiroshi_s Point: un punto de inmersión en el que se pueden ver bellos corales blandos y tiburones martillo. En la bocana de Lelu Harbour hay un avión de rastreo estadounidense a unos 20 m de profundidad. También, en los alrededores, hay dos barcos japoneses y los restos de un buque ballenero.

Las posibilidades de alojamiento en Kosrae se limitan a un puñado de pequeños hoteles que no resultan excesivamente baratos. La acampada es un concepto extraño allí, pero los atentos nativos suelen ayudar a encontrar alguna tienda. Los vuelos entre Guam y Honolulú normalmente efectúan paradas gratuitas en Kosrae. Y también existen vuelos entre islas hasta Pohnpei y el vecino atolón de Majuro, en las islas Marshall.

Pohnpei
Con su exuberante vegetación y sus florecientes hibiscos, Pohnpei cumple con la imagen preconcebida de isla de los mares del sur, pese a la humedad. Su isla principal tiene 334 km² y es la mayor de Micronesia. De forma casi circular, limitada por cuevas y penínsulas adyacentes, su perímetro litoral está constituido principalmente por llanuras creadas por la marea y escollos de manglares. Pero hay docenas de hermosas y pequeñas islas con encantadoras playas en la laguna que surge entre la isla de Pohnpei y el arrecife que la rodea.

La antigua ciudad de piedra de Nan Madol, abandonada entre cerca de cien islitas artificiales frente a la costa suroriental, es el yacimiento arqueológico más renombrado de Micronesia. Nan Madol fue construida con pilares de basalto durante la tiránica dinastía Saudeleur, cuyo período de esplendor transcurrió en el siglo XIII. Y Nan Douwas es la estructura de más tamaño que sigue en pie: los muros externos alcanzan los 8 m y el interior del recinto contiene criptas funerarias. Aunque muchos de los templos, bóvedas, zonas de baños y piscinas se derrumbaron, los restos provocan un intenso impacto estético. El monumento natural más destacado de Pohnpei es el Sokehs Rock, un escarpado acantilado de basalto puro de 180 m de altitud que puede ser escalado por los amantes de los retos.

El principal núcleo urbano, Kolonia, es relativamente grande según los parámetros isleños, aunque persiste un ambiente de ciudad pequeña. Palikir, a 8 km, es la capital de Micronesia. El aeropuerto, los hoteles y restaurantes están en Kolonia. Hay vuelos frecuentes desde Honolulú y Guam, además de otros aeropuertos micronesios.

Chuuk
Chuuk (antiguamente Truk) es un archipiélago lleno de vida, que comprende 15 islas principales y más de ochenta islitas esparcidas por la laguna de Chuuk. Sus principales atracciones son sus pecios, y sus más entusiastas visitantes son los submarinistas. Hay una flota japonesa entera hundida en el fondo de la laguna, testimonio del mayor desastre naval de la historia. Cada pecio es una cápsula del tiempo: algunos están casi intactos, otros a trozos. Sus bodegas están llenas de armas, camiones y aviones de guerra; sus comedores contienen todavía platos, cubiertos y botellas de sake. Los restos mortales de sus tripulaciones permanecen dentro.

Las casas de Chuuk están normalmente pintadas en varios tonos brillantes y contrastados, y la vida en las aldeas transcurre a un ritmo pausado. En los días de más calor, las mujeres se sientan en hileras lavando la ropa y los niños se pasean desnudos. El visitante puede tener la sensación de que pulular por Weno (la isla principal) y contemplar cómo el sol se pone por detrás de las islas Faichuk, en la laguna occidental, constituye la máxima actividad que uno desea hacer. La oferta hotelera radica básicamente en Weno, pero hay alojamientos (cabañas) en otras islas. Weno está conectado con Pohnpei y Guam mediante las rutas aéreas interisleñas.

Yap
Yap, la tierra del dinero gigante de piedra, es el distrito más tradicional de Micronesia. La mayoría de sus gentes van ataviadas al modo occidental, pero un buen número de hombres y muchachos llevan todavía coloreados taparrabos, y algunas mujeres, sólo faldas tejidas de hibisco. Y todos llevan una cáscara de nuez de betel en la mejilla.

Yap Proper está integrado por cuatro islas: Yap, Tomil-Gagil, Map y Rumung. A diferencia de otras islas de origen volcánico, Yap Proper se formó por elevaciones de tierra de la placa continental asiática. Como resultado, existen montañas redondeadas y suaves valles. De las 134 islas externas, una cifra elevada son simples hileras de arena y coral que asoman con precariedad por encima del agua.

Las comunidades de las islas están conectadas por senderos centenarios de piedra, y las casas se siguen construyendo al estilo tradicional con madera, techos de palma, cuerdas y caña de bambú. En esta sociedad sobrevive el sistema de castas, y los jefes de cada aldea continúan disfrutando de tanto poder como los cargos públicos elegidos. El dinero de piedra se sigue utilizando en algunos intercambios tradicionales, aunque el dólar cierra la mayoría de tratos comunes. Conviene recordar que los habitantes de Yap se ofenden ante los turistas que les apuntan descaradamente con sus cámaras; por el contrario, son amables con los viajeros que respetan sus costumbres y cultura.

Las posibilidades de alojamiento en Yap abarcan desde los albergues baratos en aldeas tradicionales hasta los hoteles convencionales para turistas. Se accede por aire desde Guam y Palau.

Viajar a Filipinas

Las siete mil islas que forman Filipinas son las grandes olvidadas del sureste asiático: al estar apartadas de la ruta terrestre principal, nunca han atraído a un gran número de turistas. Sin duda, este hecho ha perjudicado económicamente al país, pero en la actualidad su reputación de nación peligrosa ha quedado obsoleta, y en su mayor parte se ha estabilizado y resulta más segura. El país gusta promocionarse como la Sonrisa de Asia y sus habitantes son simpáticos y serviciales. Además, el transporte es económico; la comida, de calidad y la oferta de alojamiento, amplia.

A Filipinas le persigue la desgracia. En 2000, un centro de investigación con sede en Bruselas declaró a Filipinas el país con mayor predisposición a los desastres de la Tierra. Los tifones, terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, desprendimientos de tierras y acciones militares contra los insurgentes musulmanes son sólo algunos de sus problemas.

Las siete mil islas que forman Filipinas son las grandes olvidadas del sureste asiático: al estar apartadas de la ruta terrestre principal, nunca han atraído a un gran número de turistas. Sin duda, este hecho ha perjudicado económicamente al país, pero en la actualidad su reputación de nación peligrosa ha quedado obsoleta, y en su mayor parte se ha estabilizado y resulta más segura. El país gusta promocionarse como la Sonrisa de Asia y sus habitantes son simpáticos y serviciales. Además, el transporte es económico; la comida, de calidad y la oferta de alojamiento, amplia.

A Filipinas le persigue la desgracia. En 2000, un centro de investigación con sede en Bruselas declaró a Filipinas el país con mayor predisposición a los desastres de la Tierra. Los tifones, terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, desprendimientos de tierras y acciones militares contra los insurgentes musulmanes son sólo algunos de sus problemas.
Nombre oficial: República de Filipinas
Superficie: 299.000 km²
Población: 84.61 millones hab.
Capital: Manila (10.000.000 hab.)
Nacionalidades y etnias: 91,5% descendientes de malayos, 4% musulmanes malayos, 1,5% chinos, 3% otros
Idioma: filipino (tagalo) e inglés (oficiales), además de un gran número de lenguas indígenas y algunos hispanoparlantes
Religión: 83% católicos romanos, 9% protestantes, 5% musulmanes, 3% budistas
Régimen político: democracia presidencialista
Presidenta: Gloria Macapagal Arroyo


PIB: 310 billones de dólares
PIB per cápita: 3.700 dólares
Crecimiento anual: 3,9%
Inflación: 4,4%
Principales recursos económicos: productos electrónicos y eléctricos, textiles
Principales socios comerciales: USA, Japón y Taiwan


Visados: a la llegada al país las autoridades conceden un visado con validez para 21 días, pero es necesario que el pasaporte tenga una vigencia mínima de 6 meses y se posea un billete de ida y vuelta. También pueden obtenerse visados para 59 días: deben solicitarse con antelación al consulado correspondiente y cuestan unos 35 dólares.
Condiciones sanitarias: cólera, hepatitis, malaria y rabia. Es recomendable vacunarse contra la hepatitis B.
Hora local: GMT+8
Electricidad: 220V, 60Hz
Pesos y medidas: sistema métrico
Turismo: 1,2 millones de visitantes al añoLa mejor época para visitar el país se prolonga de diciembre a mayo, la temporada baja de tifones. Durante las vacaciones de Navidad y Semana Santa aumenta la demanda y resulta complicado encontrar billete, independientemente del transporte.

Las fiestas más vistosas se celebran durante los meses de enero y mayo, mientras que los bancales de arroz de Luzón muestran todo su esplendor en marzo y abril; ésta es también el mejor período del año para desplazarse entre las islas.

Manila
Hay quienes consideran Manila tan sólo una ciudad de unos diez millones de habitantes, punto de acceso para otros destinos más interesantes. Y mientras que las zonas menos urbanizadas suponen un gran atractivo para el viajero más aventurero, quienes permanecen un tiempo en la urbe descubren que la capital alberga algunos tesoros. Manila es una moderna metrópoli (quedó completamente destruida durante la II Guerra Mundial) que presume de contar con unos bellos vestigios coloniales. La ciudad puede resultar el lugar idóneo para el ocio: los bares y lugares de entretenimiento mantendrán al viajero en forma y con ganas de seguir la diversión durante meses.

Banaue
Los espectaculares bancales donde se cultiva arroz en Banaue, al norte de Luzón, han sido descritos por muchos como la octava maravilla del mundo. Excavados en la ladera de una colina por la tribu de los ifugao hace dos o tres mil años, se extienden como escalones de piedra hacia el cielo, algunos hasta una altitud de 1.500 m.

Playas
La isla de Boracay, situada en el extremo noroeste de Panay, aparece con regularidad en las listas de mejores playas del mundo. Sin embargo, el desarrollo turístico incontrolado ha dificultado la eliminación de los residuos. Las pruebas medioambientales efectuadas en 1997 demostraron que las aguas procedentes de Boracay estaban contaminadas y no ofrecían las garantías sanitarias suficientes para bañarse. Estudios posteriores revelaron que las aguas se encontraban dentro de unos límites de contaminación aceptables; y es cierto que las playas de Boracay parecen haber recuperado un aspecto idílico.Puerto Galera, en la isla de Mindoro, se ha convertido en el enclave ideal para disfrutar del sol. Puraran, en la isla de Catanduanes, junto a Luzón, ofrece también bellas playas, arrecifes y posibilidades para practicar el surf, pero las corrientes marinas pueden resultar peligrosas.

Otros puntos de interés
Repartidos por todo el archipiélago existen innumerables enclaves de gran belleza, como las colinas de Chocolate de Bohol (provincia de Visayas), el cráter del lago Taal, al sur de Manila, las cuevas funerarias de Sagada, a 18 km de Bontoc, la apacible ciudad portuaria de Cebú, donde Magallanes mandó erigir una cruz, marcando así el inicio de la cristiandad en Filipinas, y un total de cinco mil islas deshabitadas y aún por explorar.

Viajar a Fiyi

Las islas Fiyi eran conocidas como las "islas caníbales", ya que se creía que sus gentes eran feroces y hostiles. Por desgracia, su reciente historia política de golpes de Estado no ha contribuido a que muchos viajeros cambien de idea. A pesar de todo, las islas Fiyi son un lugar precioso que goza de un agradable clima tropical. En ellas se puede disfrutar de la práctica de diversas actividades, como el submarinismo y el buceo con snorkel; además, disponen de excelentes instalaciones turísticas, tanto para los viajeros con presupuesto reducido como para los que buscan unas vacaciones más lujosas.

La historia de las islas es única en el espectro del Pacífico, lo que ha dado lugar al actual crisol de influencias melanesias, polinesias, micronesias, indias, chinas y europeas. Durante casi cincuenta años, hasta el golpe militar de 1987, el pueblo indígena de las islas Fiyi representaba tan sólo una minoría étnica en su propia tierra. Durante el siglo XIX, las islas se convirtieron en el centro comercial del Pacífico Sur y, en 1874, fueron reclamadas por los británicos como colonia. En el transcurso de los cien años que aproximadamente las islas Fiyi permanecieron bajo el control del gobierno colonial británico, unos diez mil trabajadores indios fueron contratados para trabajar en las plantaciones de azúcar. A pesar de todo, los indígenas fiyianos consiguieron mantener sus ritos y prácticas tradicionales, como las mekes (danzas narrativas), las construcciones de bure (casa), las ceremonias de kava y la elaboración de tejidos tapa y de cerámica.

Las islas Fiyi eran conocidas como las "islas caníbales", ya que se creía que sus gentes eran feroces y hostiles. Por desgracia, su reciente historia política de golpes de Estado no ha contribuido a que muchos viajeros cambien de idea. A pesar de todo, las islas Fiyi son un lugar precioso que goza de un agradable clima tropical. En ellas se puede disfrutar de la práctica de diversas actividades, como el submarinismo y el buceo con snorkel; además, disponen de excelentes instalaciones turísticas, tanto para los viajeros con presupuesto reducido como para los que buscan unas vacaciones más lujosas.

La historia de las islas es única en el espectro del Pacífico, lo que ha dado lugar al actual crisol de influencias melanesias, polinesias, micronesias, indias, chinas y europeas. Durante casi cincuenta años, hasta el golpe militar de 1987, el pueblo indígena de las islas Fiyi representaba tan sólo una minoría étnica en su propia tierra. Durante el siglo XIX, las islas se convirtieron en el centro comercial del Pacífico Sur y, en 1874, fueron reclamadas por los británicos como colonia. En el transcurso de los cien años que aproximadamente las islas Fiyi permanecieron bajo el control del gobierno colonial británico, unos diez mil trabajadores indios fueron contratados para trabajar en las plantaciones de azúcar. A pesar de todo, los indígenas fiyianos consiguieron mantener sus ritos y prácticas tradicionales, como las mekes (danzas narrativas), las construcciones de bure (casa), las ceremonias de kava y la elaboración de tejidos tapa y de cerámica.
Nombre oficial: República de Fiyi
Superficie: 18.300 km2
Población: 840.000 hab
Capital: Suva (358.500 hab.)
Nacionalidades y etnias: 50% indígenas fiyianos, 45% indios
Idiomas: el inglés es el idioma oficial. Los indígenas también hablan dialectos fiyianos (el bauan es el más extendido), y la comunidad india habla el fiyiano-hindi
Religión: 53% cristianos, 38% hindúes, 8% musulmanes, y 1% sijs
Gobierno: democracia
Presidente: Ratu Josefa Iloilo
Primer Ministro: Laisenia Qarase

PIB: 4.300 millones de dólares
PIB per cápita: 1.260 dólares
Inflación: 1%
Principales recursos económicos: azúcar, turismo, oro, pescado, madera y confección
Principales socios comerciales: Australia, Japón y Nueva Zelanda

Visados: A los viajeros procedentes de la mayoría de los países de la Commonwealth, de la mayor parte de los países del continente americano, de Europa Occidental, Israel y Japón les será expedido un visado turístico de cuatro semanas de validez a su llegada a las islas. El visado es gratuito, y tampoco hay que pagar las prórrogas futuras.
Condiciones sanitarias: Se recomienda evitar, en la medida de lo posible, las picaduras de los mosquitos (vía de contagio), especialmente durante las epidemias.
Hora local: GMT + 12
Electricidad: 240V, 50 Hz
Pesos y medidas: sistema métrico
Turismo: 300.000 visitantes anualesEl suave clima tropical de las islas Fiyi las convierten en destino turístico durante todo el año y en el lugar idóneo para escapar del invierno de ambos hemisferios. Probablemente el mejor momento para visitarlas sea durante la estación seca, o "invierno", de mayo a octubre, ofrece temperaturas más frescas, precipitaciones más escasas, un grado inferior de humedad y menos riesgos de ciclones tropicales.

Suva
Suva es la capital de las islas Fiyi; está situada en la costa sureste de la gran isla de Viti Levu. Mientras que Nadi, al oeste de la isla, es el centro turístico del país, Suva desempeña el cargo de centro administrativo y político, así como el de principal puerto de las islas. La mitad de la población urbana de Fiyi habita en Suva y sus alrededores, lo que la convierte en una de las ciudades más grandes y avanzadas del Pacífico Sur. Alberga la Universidad del Pacífico Sur, el fascinante museo de Fiyi y numerosos edificios de la época colonial. Es una ciudad multicultural en la que se mezclan las mezquitas, los templos, las iglesias y los centros culturales. La catedral católica romana, de 1902, es una de las atracciones más destacadas de la ciudad.

Se recomienda dar un paseo por la zona del muelle; el mercado municipal de Suva es también de visita obligada, por la variedad de frutas y verduras exóticas que ofrece, así como kava, pescado, marisco y especias. En el mercado se respira un ambiente multicultural, con puestos que ofrecen dulces y bocados indios de gran colorido, y bebidas de frutas en recipientes de cristal.

Nadi
La tercera ciudad de Fiyi en tamaño se alza en la costa oeste de Viti Levi, con las montañas de fondo. La economía local depende casi por completo del turismo y, aunque no es la parte más atractiva del país, sí es un buen lugar desde el cual organizar la visita a la isla. La oferta turística es muy amplia: desde lugares realmente económicos para dormir y comer hasta lujosos hoteles como el Sheraton y el Regent. En la ciudad hay una elevada tasa de población hindú; la mayoría son descendientes de cuarta generación de los obreros que llegaron a Fiyi para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar.

Entre las visitas de interés, sobresale la del templo Sri Siva Subramaniya Swami, en el extremo sur de la calle principal. Los visitantes son bien recibidos, y el único requisito exigido para la visita es que ese día no se haya consumido alcohol ni comida no vegetariana. También existe un mercado de calidad, que ofrece la acostumbrada mezcla ecléctica de productos melanesios, chinos e indios. La calle principal del mercado está abarrotada de restaurantes, tiendas de ropa, recuerdos y productos libres de impuestos. Nadi es un buen lugar desde el cual organizar otras actividades, como el buceo, el golf, para montar a caballo, hacer rafting, pasear en un barco de motor o en un ultraligero.

El grupo Mamanuca
Las islas Mamanucas son un puñado de islas diminutas, situadas no muy lejos de la costa oeste de Viti Levu, a las que se puede llegar en barco desde Nadi para hacer una excursión o para quedarse unos días, ya que su oferta de alojamiento incluye desde hoteles lujosos hasta lugares típicos de mochileros. La isla es muy popular entre los turistas que quieren practicar submarinismo, buceo con snorkel, surf o que simplemente desean tumbarse en alguna de las extensas playas de arena blanca. Los bellos arrecifes y los peces de vivos colores hacen que la práctica del buceo con snorkel sea uno de los principales atractivos. Sólo en unas pocas islas, como Monu y Monuriki, se conservan zonas de bosque autóctono, donde habitan gran cantidad de aves y reptiles.

Sigatoka
Sigatoka es un pequeño pueblo de la costa meridional de Viti Levu a 61 km al sur de Nadi y 127 km al oeste de Suva. Situado a orillas del segundo río más importante de Fiyi, su población vive principalmente de la agricultura, aunque también actúa de pueblo de servicios para los hoteles de la costa de Coral. Entre los lugares de interés se encuentra el mercado y una gran mezquita; existen también unos cuantos lugares económicos para dormir y comer. Lo más llamativo del pueblo es la vista de la extraña mansión de ensueño que se levanta en la colina que hay detrás del pueblo. Sigatoka es el lugar ideal desde el cual visitar las gigantescas dunas de arena de Sigatoka, a corta distancia, la costa sur y el valle de Sigatoka. Este valle constituye una franja de tierra especialmente fértil en la que se hallan unos doscientos yacimientos arqueológicos, como el fuerte de Tavuni, formado por una serie de fortificaciones defensivas edificadas en la tierra que fueron construidas en el siglo XVIII por el jefe del pueblo tongano Maile Latemai. En el valle también residen algunos de los mejores alfareros de Fiyi.

Las tierras altas de Nausori
En el interior de la isla Viti Levu, en dirección este desde Nadi, yacen los remotos pueblos de las tierras altas de Nausori, de bellos paisajes. El pueblo de Navala quizá sea de los más pintorescos de Fiyi. En la actualidad, la mayoría de los pueblos fiyianos se inclinan por el uso de hormigón prefabricado y de hierro corrugado para la construcción de sus edificios; sin embargo, en Navala prácticamente todas las casas y edificios son bures tradicionales, que se levantan alrededor de avenidas y poseen un paseo central que conduce a un río.

No se trata de una zona muy visitada por los turistas, por lo que se aconseja preguntar por el jefe del pueblo y pedirle permiso para pasear por el lugar y sacar algunas fotos. El domingo es el día de culto y se suele pasar en familia, por lo que conviene dejar la visita para otro momento. Otro lugar en el que merece la pena hacer una parada es el pueblo de Bukuya, situado más al oeste. Existe la posibilidad de pasar la noche en estos pueblos, pero se recomienda cuidar mucho las formas.

Viajar a Australia

Muchos abrigan una imagen muy particular de Australia, como la ópera de Sydney o Ayers Rock, pese a que estos famosos iconos rinden escaso honor a la abundancia de tesoros naturales del país, así como a su diversidad cultural y a su inmensidad. Australia ofrece experiencias de todo tipo, desde el extraordinario campo desierto y el espectáculo de la Gran Barrera de Arrecifes hasta el carácter cosmopolita de Sydney y sus extensas playas, consideradas las mejores del mundo. Australia es un país enorme, de modo que aquellos que alberguen la idea de acudir a la ópera en Sydney una noche y visitar Cocodrilo Dundee al día siguiente más vale que repasen sus conocimientos de geografía. Su extensión, junto a la fricción entre el antiguo territorio impregnado de tradición aborigen y la cultura occidental posteriormente adoptada, confiere a Australia gran parte de su carácter.

Cualquier época es adecuada para visitar Australia. El verano (de diciembre a febrero) es tremendamente caluroso en todas partes, a excepción de Tasmania. Durante estos meses, los estados del sur se transforman en destinos playeros. Más al Norte, se vive una temporada realmente húmeda en la que el mar está plagado de medusas. En esta época el Extremo Superior es de un verde sublime, y recibe pocos turistas.

De junio a agosto, las cosas se han refrescado hacia el Sur y se han secado mucho hacia el Norte. Es una época perfecta para visitar Queensland o el campo. Para aquellos que prefieran esquiar, es el momento de ir a las estaciones de Victoria y Nueva Gales del Sur. Las temporadas más indicadas son primavera y verano, ya que el clima se suaviza; en primavera, se puede disfrutar de las flores silvestres en el campo, mientras que el otoño es particularmente hermoso en Canberra y en los Alpes australianos. Es preferible evitar desplazarse a Australia en Semana Santa, para evitar el caos de las carreteras provocado por las vacaciones.

Sydney
La primera ciudad de Australia es su asentamiento más antiguo, el centro de poder económico de la nación y la capital del país en todo menos nominalmente. Fue construida a orillas del imponente Port Jackson y en la actualidad es una metrópoli vital, egocéntrica, rebosante de una urbanidad despreocupada y obsesionada servilmente por todo tipo de modas. Los magníficos Juegos Olímpicos celebrados en Sydney en el año 2000 han incrementado la fama de la ciudad como una urbe civilizada, acogedora y entretenida.

Para demostrar que se ha visitado Australia, nada mejor que sacarse una foto del Sidney Opera House, con el Sidney Harbour Bridge al fondo.

Melbourne
La segunda ciudad de Australia es un lugar contradictorio, repleto de encantos ocultos; una comunidad residencial junto a la bahía del revuelto río Yarra; una urbe cosmopolita, culta, amante del fútbol y conservadora... Un verdadero paraíso para los vanguardistas. Está repleta de tiendas, restaurantes, vida nocturna y actividades deportivas. Muchos habitantes de Melbourne creen vivir en una de las ciudades más activas del mundo.

Desde Melbourne merece la pena salir de excursión hacia Phillip Island, con sus pingüinos, al prístino Wilsons Promontory y al Great Ocean Road, una ruta que bordea la costa suroeste de Victoria.

Gran Barrera de Arrecifes
Uno de los mayores bienes de Australia es el arrecife que recorre la costa de Queensland, estimado como una de las maravillas naturales del planeta; se trata de la barrera de arrecifes más extensa y la mayor estructura formada por organismos vivos que existe en la Tierra. En el Norte, el arrecife, situado a sólo 50 km de la costa, discurre de manera casi continua; en el Sur, más bien se aprecian arrecifes individuales, en determinados lugares a más de 300 km de la costa. Cientos de islas salpican la zona del arrecife, y cerca de veinte cuentan con instalaciones turísticas; mientras que en otras muchas es posible acampar.

Cairns
Cairns es la capital turística del extremo norte y uno de los destinos más demandados por los viajeros. Hasta hace poco, sólo era un remanso tropical aletargado; gran parte de su encanto y languidez han desaparecido con el fulminante crecimiento de la infraestructura turística, pero es una base ideal para explorar las riquezas de Queensland. Desde Cairns es factible organizar excursiones a la Gran Barrera de Arrecifes, a Green Island, a Fitzroy Island, a la meseta de Atherton, al mercado de Kuranda, a la franja de 50 km de playa que se extiende al Norte hasta Port Douglas, y a la selva y al panorama costero de Cape Tribulation y del río Daintree.

Darwin
La capital de Australia del Norte está más cerca de Yakarta que de Sydney y de Singapur que de Melbourne, de manera que no es extraño que recuerde más a Asia que al resto de Australia. Dicha proximidad con los vecinos norteños se refleja en la atmósfera tranquila, cosmopolita y tropical de la ciudad.

Ulurú (Ayers Rock)
Ulurú es un enclave de gran relevancia cultural para los aborígenes de Anangu y el símbolo más conocido del paisaje australiano. El peregrinaje a Ulurú y el ascenso de infarto hasta la cima se convirtieron en un ritual australiano, aunque los propietarios aborígenes siempre prefirieron que los visitantes no treparan por las rocas, y muchos respetan actualmente sus deseos. El gigantesco peñasco de 3,6 km de largo se eleva hasta 348 m desde el monte bajo circundante, absolutamente liso, ubicado en medio del campo; impresiona especialmente al amanecer y al atardecer, cuando la roca roja cambia de matices. Algunos paseos alrededor de la base de la roca permiten contemplar diversas cuevas, parajes sacros aborígenes y pinturas rupestres. En el cercano Kata Tjuta (el Olgas), 32 km al oeste de Ulurú, hay otros monolitos de belleza comparable, y el monte Olga es realmente mucho más elevado que Ulurú. El valle de los Vientos es un circuito de 6 km muy recomendable.

Brisbane
Brisbane es la tercera metrópoli de Australia en tamaño y la capital de Queensland. Considerada por los australianos como una urbe descuidada, se ha zafado de esta mala reputación y se ha transformado en un centro floreciente al albergar toda una serie de eventos internacionales importantes en los años ochenta, entre ellos los Juegos de la Commonwealth de 1982 y la Exposición Universal de 1988. Brisbane se ha adjudicado el papel de ciudad cosmopolita y animada, con barrios interesantes, una calle de cafeterías, un gran parque a orillas del río, un repleto calendario cultural y una animada vida nocturna.

Perth
Perth, la capital occidental, es moderna y vibrante, emplazada entre los ríos Swan y Canning, con el cerúleo océano Índico hacia el Oeste y la cordillera Darling hacia el Este. Su estado es el más soleado de Australia, aunque lo verdaderamente llamativo es su aislamiento del resto del país, ya que Perth se encuentra más próximo a Singapur que a Sydney.

Canberra
Canberra es una creación fascinante del siglo XX que ha luchado por establecerse como epicentro de la historia, el orgullo y la identidad nacional de Australia. Canberra se enorgullece de haber sido durante mucho tiempo ciudad de políticos y burócratas que viven a costa del duro trabajo de la gente del campo. Actualmente esto ha cambiado: los políticos se van a casa el fin de semana y numerosos burócratas han perdido sus trabajos a causa de los recientes recortes de los servicios públicos. Canberra ha pasado de federación de bebés a metrópoli adulta con todos los problemas y ventajas que ello conlleva.

Adelaida
Cuando los primeros colonos fundaron Adelaida, construyeron con piedras una ciudad sólida y de aspecto solemne, civilizada y tranquila como ninguna otra capital de estado de Australia. La firmeza va más allá de la arquitectura, ya que hubo una época en la cual fue considerada la ciudad de los beatos, o sea de intransigentes puritanos, adquiriendo fama por su número desproporcionado de iglesias. Actualmente, los pubs y salas de fiesta superan en número a las iglesias. Esta población se asienta en un emplazamiento excelente, con el centro rodeado de zonas verdes y el área metropolitana bordeada por las colinas de la cadena del monte Lofty y por las aguas del golfo de San Vicente.

Hobart
Hobart es la capital meridional. El hecho de que sea pequeña (129.000 habitantes) es lo que le confiere su particular encanto. Se trata de una ciudad costera con un puerto activo y cuyas montañas ofrecen unas vistas inmejorables de las zonas residenciales que se apiñan en las laderas. Sus preciosas construcciones georgianas (hasta los almacenes de los muelles del puerto son pintorescos), su ambiente relajado, sus abundantes parques y sus características casas hacen de Hobart uno de los núcleos urbanos más atractivos de Australia. Puede que las ciudades vecinas del interior consideren que Hobart es conservadora y provinciana, pero realmente goza de un pujante panorama artístico y artesanal, unido a un verdadero sentimiento histórico; sin duda, éste es el lugar indicado para pasear, comer y empaparse del ambiente.

jueves, 21 de febrero de 2008

Viajar a Túnez

La lista de los lugares interesantes de Túnez haría justicia a un país el doble de grande. Desde los poblados de la edad de piedra, cerca del oasis de Kebili, hasta los escenarios en donde se rodó parte de La guerra de las galaxias (en Matmata), sus paisajes, exuberantes o lunares, han visto más acción que todos los países de África juntos. Después de viajar unos días, cualquiera estará de acuerdo en que dejar volar la imaginación en las famosas ruinas romanas de Cartago y El-Jem es casi como sumergirse en la Eneida de Virgilio y tomarse un trago con Dido, mientras que si holgazanea un día en las playas de la costa septentrional se preguntará qué buscaba Aníbal lejos de Túnez.

Ya sea la mezcla cultural franco-árabe de la capital o la inabarcable extensión del Sahara, lo que se encuentra en Túnez impresiona. Al fin y al cabo, tres mil años de historia convencen a cualquier visitante.

En enero y febrero, época de tiempo frío y lluvioso, los precios de los hoteles descienden. Durante la calurosa temporada alta, de junio a agosto, los precios de los establecimientos hoteleros se incrementan, escasean los coches de alquiler y los mercados y museos se hallan abarrotados de turistas.

Tánez
Comparada con las grandes metrópolis del mundo, Túnez no impresiona en exceso. El centro es compacto y fácil de recorrer; lo fundamental para los viajeros se halla en la medina y en la ville nouvelle.

La medina es el núcleo histórico y cultural de la moderna Túnez y un sitio idóneo para formarse una idea de la vida en la ciudad. Construida durante el siglo VII, perdió su privilegio como centro de la capital cuando los franceses tomaron el poder y erigieron su ville nouvelle hacia finales del siglo XIX. Uno de los lugares de interés más antiguos de la medina, la mezquita de Zitouna, fue reconstruido en el siglo IX sobre la estructura original del siglo VII. Sus constructores reciclaron doscientas columnas de las ruinas de la Cartago romana para la sala de plegarias central. Los no musulmanes vestidos con recato pueden entrar hasta el patio. El olfato ayudará a traducir el nombre del cercano Souq el-Attarine, el zoco del perfumista, donde las tiendas se surten de aromáticos aceites y especias. Al Oeste, la mezquita de Youssef Dey fue la primera de estilo otomano que se construyó en la ciudad (1616). En el cercano Souq el-Berka los corsarios musulmanes vendían a los esclavos.

También en la medina, el Tourbet el-Bey es un enorme mausoleo que alberga los restos de muchos beys, princesas, pastores y consejeros husseinitas; el guarda es un guía entusiasta. No muy lejos, el Museo de Dar Ben Abdallah aloja el Centro de Artes y Tradiciones Populares, donde las piezas expuestas parecen casi mediocres en contraste con el majestuoso telón de fondo del edificio. En la zona se halla Dar el-Haddad, una de las viviendas más antiguas. La medina fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1981.

Las calles de la ville nouvelle están flanqueadas por edificios de impronta francesa repletos de verjas de hierro forjado y ventanas de lamas, elementos que le otorgan un aire europeo, acentuado por las terrazas de las cafeterías y las pastelerías. Tras admirar la arquitectura colonial, merece la pena visitar la catedral de St Vincent de Paul, que presenta una amalgama extraordinariamente estrambótica de estilos arquitectónicos (gótico, bizantino y norteafricano).

A unos 4 km al oeste del centro de la ciudad se ubica el indispensable Museo del Bardo, instalado en el antiguo Palacio del Bardo, la residencia oficial de los beys husseinitas. En su interior, la colección se divide en secciones que cubren diversas épocas: la cartaginesa, la romana, los primeros tiempos del cristianismo y la árabo-islámica. La parte romana contiene una de las mejores exhibiciones de estatuas y mosaicos de todo el mundo. Se puede llegar al museo en taxi o tranvía.

Cartago
A pesar de la fascinante historia de Cartago y la posición de dominio que mantuvo en el mundo antiguo, los romanos hicieron tal trabajo de demolición que las ruinas actuales son algo decepcionantes. Casi todo lo que queda es de origen romano; ningún resto púnico. Hay seis centros de interés, y lo más fastidioso para el visitante es que están dispersos y muy distantes unos de otros. Para salvar este inconveniente, se puede tomar la línea TGM (tren ligero), que atraviesa la zona, pero se advierte que, aún así, hay que caminar bastante.

El mejor punto de partida es la colina de Byrsa, que domina la zona y proporciona una perspectiva general desde su cima. A sus pies se encuentra la catedral de St Louis, visible desde algunos kilómetros a la redonda. Es una construcción de proporciones descomunales, que fue erigida por los franceses en 1890 y dedicada al rey-santo del siglo XIII, que murió a orillas de Cartago, en 1270, durante la octava cruzada. Aunque fue desconsagrada y clausurada durante años, ahora ha sido restaurada y abierta al público. El Museo Nacional es el gran edificio blanco ubicado en la parte posterior de la catedral, y sus exposiciones, renovadas, merecen un vistazo. La muestra púnica, en la planta superior, es muy recomendable.

El anfiteatro romano en la parte occidental de Byrsa, a 15 minutos andando desde el museo, fue uno de los más grandes del Imperio, aunque hoy queda poco de su esplendor. La mayoría de sus piedras fueron extraídas para otros proyectos de construcción en siglos posteriores. El conjunto de enormes cisternas situado al noreste del anfiteatro constituía el principal suministro de agua de Cartago durante la era romana; ahora se hallan en ruinas y las dificultades de acceso, entre espinosas chumberas, hacen que apenas merezca el esfuerzo.

Las termas de Antonino se localizan al Sur, en el frente marítimo, e impresionan básicamente por su tamaño y situación. El barrio de Magon es otro parque arqueológico próximo al mar, a unos pocos metros al sur de los baños. Excavaciones recientes han descubierto una interesante zona residencial.

El santuario de Tofet ha suscitado un gran interés desde que fue excavado por primera vez en 1921. El Tofet era un lugar de sacrificios con un cementerio anexo, donde los hijos de los nobles cartagineses eran asesinados y quemados para apaciguar a las deidades de Baal Hammon y Tanit. En la actualidad es poco más que una parcela llena de maleza con algunas fosas.

Sidi Bou Saïd
Sidi Bou Saïd es un encalado pueblecito ubicado en lo alto de un acantilado que mira al golfo de Túnez, a unos 10 km al noreste de la capital. Es un sitio delicioso para dar un paseo por sus estrechas calles adoquinadas. Sus relucientes paredes están provistas de rejas en cada ventana, ornamentadas y pintadas de un intenso color azul, y de vistosas entradas arqueadas que sirven de acceso a patios salpicados de geranios y buganvillas. A nadie se le reprochará que piense que ha tropezado con una diminuta isla griega.

El centro de actividad de la población es su plaza principal, Place Sidi Bou Saïd, bordeada de cafeterías, puestos de dulces y tiendas de recuerdos. El faro, que domina el pueblo, se yergue en el emplazamiento de un fuerte del siglo IX. Cerca hay una playa pequeña y relativamente vacía.

Península de Cap Bon
Esta fértil península penetra en el Mediterráneo desde el noreste de Túnez. Los geólogos especulan con la posibilidad de que en el pasado llegara hasta Sicilia, constituyendo un enlace terrestre con Europa que se hundió en el mar hace 30.000 años. En la actualidad, Cap Bon (sobre todo las playas del Sureste en torno a Hammamet y Nabeul) es el principal destino tunecino de los turistas que llegan con viajes organizados.

En un paseo veraniego por las calles de Hammamet es probable descubrir diez turistas por cada vecino del pueblo, y el ritmo nunca afloja, excepto en pleno invierno y por poco tiempo. Su situación en el extremo norte del golfo de Hammamet es su gran baza, y su antigua medina, que domina una amplia extensión de playa arenosa, es sin duda otro de sus atractivos. También es una ciudad desbordante de vida, llena de discotecas, restaurantes y vistosas tiendas. Todo lo que un turista podría desear, excepto aislamiento.

La mayor diferencia entre Hammamet y su vecina, Nabeul, es que esta última dispone de una variedad de alojamientos económicos, incluyendo la zona de acampada mejor organizada del país. El mercado de los viernes de Nabeul es uno de los más animados del país, aunque no disponga de un exceso de gangas o artículos de calidad.

Cuando se llega a Kelibia, se han dejado atrás los destinos turísticos más demandados de Túnez. En su lugar se encontrará una diminuta urbe que sobrevive principalmente de su flota pesquera, con unos cuantos y modestos centros turísticos, playas protegidas y un fabuloso fuerte del siglo VI que domina el puerto.

A medio camino entre Kelibia y El-Haouaria se halla el poblado cartaginés de Kerkouane, una ciudad fundada en el siglo VI a.C. destruida finalmente por las fuerzas romanas. Fue excavada en 1962, y un museo alberga dichos hallazgos, como la princesa de Kerkouane, la tapa de madera de un sarcófago esculpida con la forma de la diosa Astarté.

La pequeña población de El-Haouaria está emplazada debajo de la punta montañosa de Cap Bon. Es un pasaje tranquilo con varias playas aceptables -sobre todo en Ras el-Drek-, pero su principal atractivo son las cuevas romanas en la costa, a 3 km al oeste de la ciudad. Gran parte de la piedra que se usó para levantar Cartago fue extraída de este notable complejo de cuevas de arenisca amarilla. Los canteros descubrieron que la calidad de la piedra era mucho mejor en la base de los acantilados que en la superficie, por lo que optaron por abrir túneles. Tras casi mil años de extraer arenisca, el resultado son las cuevas actuales.

Dougga
Las ruinas romanas de Dougga, a 105 km al suroeste de la capital, se consideran las más espectaculares y mejor conservadas del país. Ocupan una prominente posición al borde de las montañas de Tebersouk, dominando el fértil valle de Oued Kalled, donde se cultiva trigo. El yacimiento fue ocupado hasta principios de la década de 1950, cuando los residentes fueron evacuados para contribuir a preservar las ruinas.

En Dougga hay mucho que ver y merece la pena contratar un guía autorizado. El primer monumento que se aprecia es el teatro, con capacidad para 3.500 espectadores y construido en la ladera en el año 188 d.C. por uno de los habitantes adinerados de la ciudad. Ha sido reconstruido y es el escenario idóneo para las iluminadas representaciones de teatro clásico del Festival de Dougga que se celebra en julio y agosto. Un poco más allá, un sendero conduce al templo de Saturno, erigido en el emplazamiento de un templo anterior dedicado a Baal Hammon. Al suroeste del teatro, una sinuosa calle conduce a la plaza de los Vientos, donde el pavimento está dispuesto como un enorme compás y enumera los nombres de doce vientos. Otro templo bordea la plaza al Norte, mientras que el mercado y el capitolio están situados al Sur y al Oeste, respectivamente.

El capitolio es uno de los monumentos más extraordinarios del país, que fue erigido en el año 166 d.C. Seis estriadas columnas sostienen el pórtico, que está a unos ocho metros por encima del suelo. El friso posee una escultura apenas erosionada, hecho infrecuente, que muestra al emperador Antonio Pío entre las garras de un águila. Dentro existía una enorme estatua de Júpiter, cuyos fragmentos se guardan ahora en el Museo del Bardo, en Túnez. Cerca, la casa de Dionisos y Ulises fue antiguamente una suntuosa residencia; en ella se encontró un mosaico que muestra a este último hipnotizado por las sirenas (actualmente forma parte del Museo del Bardo, en la capital).

El-Jem
Hay pocos monumentos más deslumbrantes que El-Jem, el bien conservado y antiguo coliseo -casi tan grande como el de Roma-, que empequeñece los edificios de la ciudad moderna. Erigido en una meseta a medio camino entre Susa y Sfax, a unos 210 km al sur de la capital, El-Jem puede divisarse desde varios kilómetros a la redonda, dominando por completo la zona.

El coliseo, construido entre los años 230 y 238 d.C., ha sido utilizado como puesto defensivo en numerosas ocasiones. Sufrió graves desperfectos en el siglo XVII, cuando las tropas de Mohammed Bey abrieron un boquete en el muro occidental para hacer salir a los miembros de la tribu local que se habían rebelado contra los impuestos exigidos. La brecha se ensanchó todavía más durante una rebelión en el año 1850, pero, por fortuna, en la actualidad se concede mucha importancia a su conservación y ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Con una capacidad para 30.000 personas (una cifra que supera al de la población de la ciudad), es uno de los monumentos romanos más impresionantes de África. Aún se puede ascender hasta las gradas superiores y observar la arena, o explorar los dos largos pasadizos subterráneos que en otros tiempos albergaban a gladiadores, animales e infelices condenados.

Tozeur
Tozeur es una de las paradas más demandadas por los viajeros, y lo ha sido desde el período capsiense (hacia el año 8000 a.C.). Sus principales atractivos radican en un casco antiguo laberíntico, un interesante museo y un extenso palmeral en la punta septentrional de Chott el-Jerid. A unos 435 km al suroeste de la capital, el camino se torna emocionante: la carretera de Kebili atraviesa un chott (laguna salada desecada) por un paso elevado.

El evocador barrio antiguo de la ciudad, Ouled el-Hadef, fue construido en el siglo XIV d.C. para alojar al clan de El-Hadef, que se enriqueció con el comercio de las caravanas. Es una maraña de estrechos callejones cubiertos y de diminutas plazas y ha adquirido fama por sus métodos genuinos de fabricación de ladrillos. Existe un pequeño, pero notable, museo de arqueología que merece una visita.

Además del Museo del Bardo de la capital, el Museo de Dar Charait es el otro gran museo del país por el que vale la pena desviarse de la ruta. Exhibe una amplia colección de cerámica y antigüedades. Posee una galería de arte y habitaciones conformadas como réplicas de la vida tunecina, pasada y presente. Incluyen la habitación del último bey, un decorado palaciego, unos baños (hammam) y una tienda beduina. Los guardas del museo, vestidos como sirvientes del bey, colaboran con su aspecto a entrar en el ambiente.

El palmeral de Tozeur es el segundo de mayor tamaño de Túnez, con cerca de doscientas mil palmeras en una superficie de más de 10 km². Es un clásico ejemplo de agricultura de oasis en terraza y se halla surtida por más de doscientos manantiales, que producen unos sesenta millones de litros de agua al día. El mejor modo de explorar el palmeral es a pie o en bicicleta, que se puede alquilar en la entrada.

Susa
Susa es la tercera ciudad más relevante de Túnez así como un puerto destacado. Es igualmente el destino turístico más solicitado. La larga playa que se extiende al norte de la localidad hasta el enclave turístico de Port el-Kantaoui es su principal gancho. Sin embargo, Susa no se limita a la hilera de hoteles que cercan su orilla.

La antigua medina encierra una cantidad nada desdeñable de monumentos. Las murallas son impresionantes, con una extensión de 2,25 km y una altura de 8 m, fortificadas con una serie de sólidas torrecillas cuadradas. El ribat, un fuerte cuadrado de dimensiones reducidas, fue construido a finales del siglo VIII d.C. Presenta una atalaya redonda a la que se permite subir y que resulta un excelente mirador sobre la ciudad. La austera Gran Mezquita, con sus torres y su almenada muralla, recuerda más a un fuerte que a una mezquita. El Museo de Susa, que ocupa la alcazaba (kasbah) en la esquina suroeste de la medina, muestra varios de los mosaicos más hermosos del país.

Matmata
En ninguna otra parte de Túnez el turismo organizado es tan desmesurado como en el pueblecito de Matmata, a 400 km al sur de la capital, en la costa sureste. Las casas subterráneas de este poblado troglodita han demostrado ser un reclamo irresistible para los turistas o para los viajeros que acceden al lugar en vehículos todoterreno tras un safari por el desierto.

No es difícil entender por qué no dejan de acudir autobuses. El pasaje desprende un aire casi surrealista, con un entorno un tanto lunar. Sin duda ése es el motivo por el que fue elegido como lugar de filmación para las escenas de desierto de la película La guerra de las galaxias. Los bereberes de la zona construyeron viviendas subterráneas hace más de mil años para escapar del extremo calor del verano. Todas las casas son prácticamente idénticas, con un patio excavado a unos 6 m de profundidad y habitaciones en túneles abiertos en los lados. Las más amplias cuentan con dos o tres patios y se accede a ellas a través de una estrecha escalera desde el patio hasta la superficie.

Si se pretende ver Matmata por cuenta propia (siempre hay guías disponibles), lo adecuado es visitar los hoteles. Conviene llegar al final de la tarde, después de que los autobuses de turistas hayan partido, y dar un paseo hasta más allá del hotel Ksar Amazigh. Desde allí, hay buenas vistas de Matmata, que queda atrás, y del valle de Oued Barrak, al Norte. De regreso, hay que saciar la sed en el bar del hotel Sidi Driss (la famosa cantina de La guerra de las galaxias) y asomarse al hotel Les Berberes y al hotel Marhala. Así se habrá visto lo más notable de la ciudad.

Viajar a Tanzania

Nada más pisar las extensas y abiertas llanuras que dominan Tanzania el visitante se sentirá muy, muy pequeño. Y así debe de ser, ya que en ese instante entra a formar parte de una de las mayores poblaciones de fauna salvaje del mundo. Ñus, monos, antílopes, leones, leopardos, cocodrilos, gacelas, flamencos... una larga lista que ha conocido en Tanzania la despiadada mano de los cazadores blancos -aunque en la actualidad prefieren las cámaras a las armas-. A pesar de una economía pobre agravada por alborotados vecinos y gobiernos coloniales oportunistas, Tanzania posee una de las mejores zonas del continente para la observación de la vida salvaje. Parques famosos como el del Serengeti y el Kilimanjaro, o el maravilloso cráter del Ngorongoro hacen que merezca la pena repostar en algunas de sus monótonas ciudades. Debe añadirse el atractivo apéndice del país: Zanzíbar, una de las islas de la costa tanzana, y antiguo centro de especias del que emanan exóticas y perfumadas aguas de baños persas

Nada más pisar las extensas y abiertas llanuras que dominan Tanzania el visitante se sentirá muy, muy pequeño. Y así debe de ser, ya que en ese instante entra a formar parte de una de las mayores poblaciones de fauna salvaje del mundo. Ñus, monos, antílopes, leones, leopardos, cocodrilos, gacelas, flamencos... una larga lista que ha conocido en Tanzania la despiadada mano de los cazadores blancos -aunque en la actualidad prefieren las cámaras a las armas-. A pesar de una economía pobre agravada por alborotados vecinos y gobiernos coloniales oportunistas, Tanzania posee una de las mejores zonas del continente para la observación de la vida salvaje. Parques famosos como el del Serengeti y el Kilimanjaro, o el maravilloso cráter del Ngorongoro hacen que merezca la pena repostar en algunas de sus monótonas ciudades. Debe añadirse el atractivo apéndice del país: Zanzíbar, una de las islas de la costa tanzana, y antiguo centro de especias del que emanan exóticas y perfumadas aguas de baños persas.

Dar es Salam
El paraíso de la paz, significado de su denominación árabe, resplandece como la principal urbe tanzana. A mediados del siglo XIX, siendo un pueblecito de pescadores, el sultán de Zanzíbar sintió la apremiante necesidad de convertir la pequeña cala en un puerto seguro y un centro de comercio. En la actualidad se ha convertido en una atestada metrópoli de 1,5 millones de habitantes y con un puerto donde se mezclan los dhows (embarcaciones árabes) con los enormes buques transoceánicos. Como en la mayoría de ciudades africanas, existen marcados contrastes entre las distintas zonas urbanas. Sin embargo, aunque las ajetreadas calles del centro -donde se halla el colorido mercado de Kariakoo y la torre del reloj- se encuentran considerablemente alejadas de las avenidas arboladas de la sede del gobierno más al Norte, no aparece ni rastro de chabolas. El lugar emana calor y salitre junto con una embriagadora mezcolanza cultural carente de la soterrada violencia que se respira en Nairobi.

En el centro urbano, junto al jardín botánico, se emplaza el Museo Nacional. Exhibe diversas colecciones arqueológicas de relevancia, en especial los descubrimientos de fósiles del Australopithecus boisei, así como la sórdida historia del comercio de esclavos de Zanzíbar. Igualmente, merece la pena visitar el Pueblo Museo, a unos 10 km de la capital. Esta población viviente consta de moradas características de distintas partes de Tanzania y se programan danzas tradicionales cada fin de semana. La playa de Oyster Bay constituye una franja costera tropical de gran belleza, y es la más cercana a la ciudad.

Se debe tener en cuenta la dificultad de encontrar alojamiento en Dar; si bien abundan los complejos hoteleros, parece ser que siempre están completos, tanto los más económicos como los más lujosos. No puede desecharse una habitación por cualquier circunstancia; es preferible reservarla y buscar algo mejor más adelante. Dar es Salam es uno de los puntos principales para la llegada de vuelos, y cuenta con numerosas oficinas de líneas aéreas. Existe una vía férrea que parte de la capital hasta Kapiri Mposhi (Zambia), pero no posee ninguna estación central de autobús.

Zanzíbar
Conocida como la isla Spice (isla de las Especias), Zanzíbar recrea un paraíso en la costa norte de Tanzania que desde hace siglos atrae a múltiples viajeros, algunos en busca de clavo, otros a la caza de botines, y algunos más con la ilusión de encontrar un hogar idílico. La isla se unió a Tanzania en 1964, pero no antes de haber pasado por una larga lista de enardecidos acontecimientos con sumerios, asirios, egipcios, fenicios, indios, chinos, persas, portugueses, árabes omaníes, alemanes e ingleses. Sus definitivos huéspedes -persas sirazíes y árabes omaníes- impusieron sus leyes; el legado de su influencia es lo que ha permanecido con mayor fuerza en la isla.

Stone Town, el casco antiguo de Zanzíbar, constituye uno de los lugares más fascinantes de la costa este; un laberinto caótico de callejuelas sinuosas a lo largo de las que se apiñan hileras de casas blanqueadas de coralino ya ennegrecido, con puertas de madera (que están desapareciendo con rapidez) magníficamente repujadas y remachadas. Posee infinidad de pequeños comercios, bazares, mezquitas, patios y fortalezas, dos antiguos palacios sultánicos, dos enormes catedrales, mansiones coloniales deslucidas, unos baños públicos de estilo persa en desuso y una colección bastante extraña de consulados extranjeros. Esparcidos sobre la isla se emplazan varios lugares históricos, como los restos del palacio Maruhhubi, construido por el sultán Barghash en 1882 para albergar a su harén. Para abarcar los mayores atractivos de la isla es recomendable contratar un tour de las especias. Multitud de guías se ofrecen para estos recorridos, que incluyen diversos palacios en ruinas, la cueva de esclavos Mangapwani, así como las distintas plantaciones de especias y frutas en el corazón de la isla. Además, puede visitarse el bosque Jozani, a 24 km al sureste de la ciudad de Zanzíbar, un santuario del singular colobo rojo y el antílope enano de Zanzíbar.

Existe un vuelo diario de Air Tanzania, excepto jueves y domingos, que opera entre Dar es Salam y Zanzíbar, aunque la mayoría de los visitantes con presupuesto reducido suelen llegar a la isla por mar desde la capital en ferry, catamarán o hidroala. Asimismo, dhows y otras embarcaciones navegan entre Zanzíbar y la ciudad keniata de Mombasa, una o dos veces por semana en ambas direcciones.

Parque Nacional del Kilimanjaro
En las lejanas llanuras del noreste de Tanzania se alza majestuosa la silueta casi perfecta del volcán Kilimanjaro. Resulta una de las imágenes más sobrecogedoras de África. Con su cumbre nevada y no del todo extinguido, se erige como el punto más elevado del continente con 5.895 m. En sus faldas se encuentran las granjas de cultivo que, a medida que se asciende la montaña, dejan paso a una frondosa selva tropical, que a su vez se convierte en tierras alpinas para finalmente cruzar un agreste paisaje lunar hasta llegar a las cumbres gemelas. La selva tropical alberga desde elefantes y búfalos a rinocerontes, leopardos y monos. También es posible cruzarse con un tropel de antílopes eland entre las cumbres de Mawenzi y Kibo. El sueño de todo viajero consiste en ascender hasta la cima, ver el amanecer y observar con la mirada perdida en el vacío la vasta extensión boscosa; pero subir por un monolito de 5.895 m supone una ardua tarea. Aparece una gran variedad de senderos establecidos a lo largo del recorrido del Marangu. Para llegar a la ruta principal de senderismo cuenta con una infinidad de minibuses diarios que circulan entre Moshi (en la carretera principal) y el punto de origen del Marangu.

Parque Nacional del Serengeti
El Serengeti, que se extiende sobre 14.763 km², conforma la mayor reserva natural de Tanzania. El parque permite hacerse una ligera idea de lo que debió ser gran parte de África oriental antes de la llegada de los grandes cazadores blancos. La terrible matanza de los animales de la llanura se inició a finales del siglo XIX, pero en tiempos más recientes los cazadores furtivos y de trofeos en busca de marfil han incrementado el espeluznante número de víctimas. En las llanuras prácticamente desnudas e infinitas del Serengeti existen millones de animales ungulados. Se hallan en constante movimiento en busca de hierba, y son observados y cazados por una variada procesión de depredadores. Es una de las visiones más sorprendentes que jamás se podrá tener, y el número de animales implicados resulta espectacular. El ñu juega un papel fundamental en la fascinante migración anual, pero el Serengeti también es famoso por sus leones, leopardos y jirafas. Resulta imprescindible proveerse de unos prismáticos.

Área de Conservación del Ngorongoro
Puede que la vista del cráter del Ngorongoro de 20 km de ancho y 600 m de alto no impresione tanto desde arriba, pero una vez se haya conseguido abrir camino a través de la tupida selva, el visitante quedará anonadado. Ha sido comparado con el arca de Noé y el jardín del Edén; sin embargo, este lugar posee la ventaja de existir. Quizá Noé se sentiría un poco decepcionado por el menguante número de animales que permanece en la actualidad, pero aun así no tendría dificultad en encontrar al león, el elefante, el búfalo y a muchos de los herbívoros de las llanuras como el ñu, la gazela de Thomson, la cebra y el antílope reedbuck, así como miles de flamencos chapoteando con sus largos zancos en las aguas poco profundas del lago Magadi, situado en el interior del cráter. Los masai que habitan en la zona tienen derecho al pastoreo; puede que se crucen con el viajero mientras guardan su ganado. Se puede acceder al cráter en un autobús privado o en camiones desde Arusha (en la carretera principal), como mínimo hasta Karatu, pero resulta prácticamente imposible encontrar medio de transporte más allá de esta población.

Viajar a República de Sudáfrica

Con el optimismo provocado por el fin del Apartheid, que ha transformado a Sudáfrica en una sociedad relevante, los viajeros acuden a un país que estuvo vedado durante la mayor parte del siglo XX. La violencia política parece pertenecer al pasado, y la población alberga el deseo de construir una nación de y para todos. Es el momento perfecto para visitarla.

En un primer viaje a África, empezar por Sudáfrica no es una mala elección: las infraestructuras están mejorando constantemente, el clima es agradable y es el marco idóneo para contemplar la fauna africana. Pero quien aspire a comprender el país deberá conocer los diversos aspectos que lo conforman, y no todo es de color de rosa. La pobreza sigue coexistiendo con la riqueza, la pandemia del Sida es devastadora y la violencia sigue siendo un grave problema. Es necesario tomar algunas precauciones como no mostrar dinero ni objetos de valor; ser precavido a la hora de utilizar los transportes públicos y en las estaciones de tren; y tener presente que los robos de coches y los atracos a mano armada suponen un riesgo en algunas partes del país. Sin embargo, estos aspectos negativos se compensan con el orgullo y esperanza que se respira en todas las comunidades (ricos y pobres, blancos y negros), especialmente en la manera que Sudáfrica ha salido a flote de la pesadilla del Apartheid.

El verano puede llegar a ser sumamente caluroso, en especial en el Lowveld. Las zonas más elevadas gozan de un clima agradable durante el período estival, pero en las montañas las precipitaciones y la niebla son frecuentes. Las regiones nororientales pueden tener una humedad agobiante; en cambio, es posible nadar en la costa oriental durante todo el año. La primavera es la estación idónea para ver flores silvestres en las provincias del Cabo Occidental y del Norte. Los inviernos son suaves en todas partes, salvo en las áreas de mayor altitud, donde se producen heladas y nevadas ocasionales.

Los veraneantes abandonan las ciudades de mediados de diciembre a finales de enero, que es cuando los centros turísticos y los parques nacionales suelen estar abarrotados y los precios en la costa llegan a incrementarse más del doble. Las vacaciones escolares de abril, julio y septiembre pueden llenar las playas y los parques nacionales.

Ciudad del Cabo
Al igual que las demás ciudades surafricanas, Ciudad del Cabo es ambivalente, europea y africana, una mixtura de ambos mundos. Pero indiscutiblemente es una de las ciudades más bellas del continente. Ciudad del Cabo, el asentamiento más antiguo de Sudáfrica, está dominada por el monte Mesa, de 1.000 m y cima plana, y a escasa distancia pueden realizarse excursiones, visitar los viñedos y bañarse en las playas. Tiene fama de ser una ciudad abierta y de ambiente relajado, y tal vez la más segura de África para los visitantes.

El centro de la urbe se extiende al norte del monte Mesa y es sorprendentemente exiguo. La zona central, denominada City Bowl, acapara los puntos más atractivos de la localidad. El castillo de Buena Esperanza fue edificado entre 1666 y 1679 y es una de las construcciones de mayor antigüedad del sur del continente. El Museo Surafricano, aunque un tanto pasado de moda, merece una visita, tiene numerosas vitrinas llenas de animales y dioramas de dinosaurios. Entre los objetos de civilizaciones indígenas, figuran llamativas muestras del arte de las comunidades san (bosquimanos). El District Six Museum es un emplazamiento sencillo dedicado a los residentes de la otrora vibrante comunidad que fue arrasada por las excavadoras. El muelle de Victoria y Alfred se encuentra al norte del centro. Orientado descaradamente al turista, pero sin la pulcra artificialidad de similares remedos de puertos, es un lugar interesante, repleto de restaurantes, bares, locales de música, tiendas y un nuevo acuario. Los establecimientos cierran tarde, así que se puede ir a cualquier hora.

El teleférico del monte Mesa es una atracción obvia y popular, pero imprescindible. Cuando el cielo está despejado, las vistas desde la cumbre son sublimes; se pueden realizar excursiones por la cima, en especial en primavera, cuando las plantas florecen. Alberga damanes de roca, criaturas semejantes a un roedor, pero cuyo pariente más cercano es el elefante. El jardín botánico Kirtenbosch, en la ladera este del monte Mesa, está dedicado a las plantas endémicas. La isla de Robben (o Seal), sirvió de cárcel a los presos políticos hasta la caída del Apartheid; su residente más famoso fue Nelson Mandela.

El City Bowl es el lugar adecuado para buscar albergues, casas de huéspedes y hoteles. Sea Point, en el océano Atlántico, al oeste del centro, es otra buena zona donde hospedarse. Observatory, un bonito barrio frecuentado por estudiantes, se ubica al este del centro y un poco apartado, pero allí se pueden descubrir establecimientos económicos y de precio medio. Además, resulta el sitio idóneo donde comer para quien el fulgor de los muelles le resulte excesivo.

Durban
Durban es una urbe subtropical en la provincia nororiental de KwaZulu/Natal. Este importante puerto de mediados del siglo XIX acoge la mayor concentración de población de origen indio de la nación. En la actualidad, es conocida por su animada vida nocturna. El clima y el agua, gracias a la corriente de las Agujas, resultan agradables durante todo el año; las extensas playas atraen a gran cantidad de surfistas.

Además de sus playas, Durbs tiene bastante que ofrecer. El impresionante edificio del Ayuntamiento alberga una galería de arte con una completísima colección de obras contemporáneas de artistas surafricanos y un desigual Museo de Ciencia Natural (merece la pena ver la sección dedicada a las cucarachas). También en el centro de la ciudad, el Museo de Historia Local cuenta con interesantes objetos que reflejan la vida colonial, mientras que el Centro de Arte Africano exhibe obras de artistas rurales.

El barrio indio, al oeste del centro, rebosa una animación y una vitalidad carente en la mayoría de las zonas comerciales de Sudáfrica. El mercado de Victoria Street es su epicentro, otros enclaves notorios son la mezquita Juma, la mayor del hemisferio sur, y el templo hindú Alayam, el más grande y antiguo del país. Por desgracia, de noche esta zona no se considera segura.

Marine Parade, frente a la playa, es el punto más concurrido de Durban. Hoteles y restaurantes se disponen a lo largo de este paseo o en las calles situadas detrás de él, así como locales de copas. Al anochecer, la gente se desplaza a los restaurantes de las afueras del norte o a los grandes hoteles y clubes que están frente a la playa. Durban cuenta con un aeropuerto internacional y está bien comunicada mediante autobuses y trenes con las principales ciudades surafricanas.

Garden Route
Muy promocionada, la Garden Route (Ruta de los Jardines) discurre por un precioso tramo de costa en la provincia del Cabo Occidental. La estrecha llanura costera contiene una gran extensión boscosa, bordeada por lagunas que se extienden tras una barrera de dunas y playas de arena blanca. La Garden Route cuenta con zonas de bosque autóctono (con cladrastis lutea gigantes y flores silvestres), así como con plantaciones de eucaliptos y pinos. Es idóneo para la práctica de deportes acuáticos y goza de un clima agradable durante todo el año. A lo largo de la ruta, están diseminados algunos complejos inmobiliarios, pero es preferible encontrar alojamiento en un albergue. Descuellan por su tranquilidad las bahías de Mossel, Herold y Buffalo.

George es el mayor centro de transportes de la región, una localidad desde donde organizar cómodamente el viaje. Los viajeros que se encuentren entre Ciudad del Cabo y la Garden Route pueden seguir una dura y espectacular ruta alternativa que consiste en atravesar las montañas del Pequeño Karoo. Es una región célebre por sus avestruces, que gustan del clima seco y soleado, sus flores silvestres y por sus kloofs (barrancos) y sus pasos cortados en las montañas.

Johannesburgo
Jo'burg, Jozi, eGoli o la Ciudad del Oro (nunca Johannesburgo) es, con diferencia, la mayor urbe de Sudáfrica. Localidad de rápido crecimiento, a menudo resulta fea, pero es rica, vital y goza de un clima privilegiado. Si se desea conocer la verdadera Sudáfrica e intentar comprenderla, Jo'burg no debe faltar en ningún itinerario. Aunque la separación entre razas pervive, hay más posibilidades de conocer negros en relativa igualdad de condiciones en Johannesburgo que en cualquier otro lugar. A diferencia de muchas ciudades surafricanas en las que hay tan pocas caras negras que uno casi se olvida de que está en África, el centro de Jo'burg ha sido recuperado por la población negra, y las aceras están copadas por los vendedores ambulantes y puestos de todo tipo. También cuenta con una oferta teatral y musical interracial cada vez más amplia.

El centro de la ciudad se extiende siguiendo una rigurosa cuadrícula, por lo que resulta sencillo orientarse. Los suburbios del Norte están habitados por blancos de clase media; son barrios aislados y asépticos, los negros trabajan allí en tareas domésticas. Las barriadas negras o Townships circundan la ciudad ofreciendo un agudo contraste frente a los suburbios del Norte. Soweto, una enorme superficie atestada de bungalós, casas, cabañas, dormitorios comunales y chabolas, es el mayor Township. La mayoría de los surafricanos blancos ignora por completo cómo es la vida dentro de los Townships, y pocos han llegado a internarse en alguno. Aunque los Townships continúan sumidos en un estado traumático, los foráneos no son automáticamente elegidos como objetivo por sus habitantes y es posible visitarlos. No obstante, es recomendable pedir consejo a un lugareño antes de desplazarse a uno o ir con un viaje organizado o con un amigo negro de confianza.

Durante un tiempo, Hillbrow fue uno de los lugares más excitantes de Sudáfrica, una meca de la bohemia, con la que sólo podían rivalizar el Soho y el Greenwich Village. Sin embargo, hoy en día puede que sea el sitio más peligroso del país, dominado por rascacielos y hoteles baratos. Quien quiera visitarlo debe armarse de valor y, desde luego, no ir de noche.

Quizá el viajero no tenga elección y deba pasar por Johannesburgo, ya que la mayoría de los vuelos internacionales se dirigen allí. La metrópoli es uno de los principales puntos para los vuelos nacionales.

Muchos no encuentran problema alguno al pasearse por la ciudad, pero es conveniente estar precavido. Una combinación de sentido común y temor será siempre la mejor defensa. No es prudente mostrar signos de ostentación ni parecer un turista (los bolsos y las cámaras son tentaciones). Es necesario observar lo que ocurre alrededor y no dudar en cruzar la calle para evitar un callejón o un individuo o grupo con aspecto sospechoso. Debe evitarse el centro de la ciudad por la noche y los fines de semana, cuando las tiendas están cerradas y circula poca gente.

Al conducir hay que mantener los pestillos cerrados y, al esperar en un semáforo, conviene dejar suficiente espacio delante para poder huir si es necesario.

Parque Nacional Kruger
Es uno de los parques naturales más célebres del mundo, figura entre los más grandes y antiguos: está a punto de cumplir el siglo de existencia. Aquí pueden verse los cinco grandes (leones, leopardos, elefantes, búfalos y rinocerontes), así como guepardos, jirafas, hipopótamos y toda clase de antílopes y animales de menor tamaño. Aunque la mayoría de las personas han visto especies africanas en el zoológico, nunca se exagera al afirmar lo extraordinario y diferente que es contemplar estos animales en su entorno natural. Sin embargo, el Kruger no ofrece una experiencia salvaje, ya que está muy organizado y es muy accesible y popular.

El parque abarca 350 km junto a la frontera con Mozambique, con una anchura media de 60 km. Alrededor de dos mil kilómetros de carreteras recorren su interior, de modo que incluso los fines de semana y durante las vacaciones escolares es posible estar solo y contemplar lo que aparece ante la vista. Los principales puntos de entrada son Skukuza y Nelspruit, ambas localidades a un día en coche de Johannesburgo. El alojamiento suelen ser unas cabañas bien acondicionadas, gestionadas por la Dirección de Parques Nacionales. Las instalaciones varían desde comunales y básicas hasta privadas y con aire acondicionado.

Drakensberg
La imponente Drakensberg (montaña del Dragón) es un macizo de basalto que marca la frontera con Lesoto. Aunque se sabe que está habitada desde hace miles de años (cuenta con numerosos enclaves con pinturas san ), en las últimas décadas algunas de sus cumbres y rocas sólo han sido pisadas por europeos. Gran parte de la cordillera está integrada en diversos parques nacionales, de los cuales el más espectacular es el Royal Natal National Park. La frontera sur del mismo está formada por el Anfiteatro, un acantilado de 8 km que, si visto desde abajo resulta imponente, más aún desde arriba. Aquí se precipitan en una caída de 850 m las cascadas Tugela en cinco tramos; el más alto suele helarse en invierno. La zona cuenta con magníficos senderos de interés natural l, la flora es rica y variada y las opciones para practicar escalada son innumerables. Bergville es la base desde donde visitar Royal Natal. Se puede llegar hasta allí en taxi-microbús desde Ladysmith.

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