jueves, 21 de febrero de 2008

Viajar a Francia

Los franceses escribieron el libro sobre la vie en rose y obsequiaron al mundo con la crème brûlée y el camembert, con el Tour y la torre Eiffel, con Simone de Beauvoir y Claude Debussy. Así que, si tienen un orgullo nacional muy arraigado, ¿quiénes somos nosotros para juzgarlos? Aunque la omnipresencia de los Levi's y los Macdonald's inquietan a los puristas de la cultura del país, cualquier actividad -desde pasar un año en Provenza hasta un fin de semana en París- explicará por qué medio mundo sueña con pasear por las calles de Cyrano o ir de picnic al estilo de Manet. Francia ha sido sinónimo de romanticismo durante más tiempo del que nuestros abuelos son capaces de recordar, así que tanto si uno recorre París como si visita los Pirineos, la Costa Azul o un albergue juvenil, es conveniente asegurarse de mantener a raya la imaginación, de no hacerse demasiadas expectativas y de mantener la joie de vivre (ganas de disfrutar de la vida).

La mejor época para visitar el país es la primavera, ya que el clima es sublime; en el mes de mayo, las playas reciben un gran número de turistas. Las temperaturas en otoño no son malas, pero sus días cortos implican menos luz solar; por otro lado, el frío empieza a hacerse notar hacia finales de temporada, incluso en la Costa Azul. En invierno, los Alpes franceses y los Pirineos son el lugar perfecto para disfrutar con la nieve, aunque durante las vacaciones escolares de Navidades se ven multitud de chiquillos uniformados deslizándose por las pendientes. Desde mediados de julio hasta finales de agosto, la gente de la urbe se toma sus vacaciones para veranear en la costa o en las montañas. Lo mismo ocurre en febrero y marzo, fechas en que las ciudades tienden a quedarse prácticamente desiertas.

París
Joya de la corona del turismo en Francia, la capital francesa alimenta numerosos estereotipos y clichés para el viajero. Por esta razón, los visitantes suelen llegar a París con unas expectativas exageradas, esperando encontrarse con imponentes vistas románticas en la rivera del Sena, con paisajes pintados en enormes lienzos o con personas extraordinariamente arrogantes. Cierto es que, normalmente, uno suele encontrar lo que esperaba o deseaba ver. Sin embargo, para disfrutar de esta ciudad, quizá sea mejor dejar las expectativas en el hotel y deambular sin rumbo por sus calles y avenidas, disfrutando simplemente de lo que uno ve.

Saint Malo
El puerto de Saint Malo, en la costa norte de Bretaña, es conocido por su pasado pirata, su ciudad amurallada y sus playas. En los siglos XVII y XVIII fue uno de los puertos más importantes de Francia, tanto para la marina mercante como para los corsarios. En esa época, se construyó un sistema de murallas y fortificaciones para defenderse de los intrusos ingleses, pero estos fuertes demostraron ser más débiles que los invasores. El puerto, destruido por los alemanes en la II Guerra Mundial, se reconstruyó tras la guerra, y hoy es uno de los destinos turísticos más populares de la región.

Dentro del casco antiguo, se alza la catedral Saint Vincent. Comenzada en el siglo XI, la catedral recoge una excelente colección de vidrieras medievales y modernas. En julio y agosto, también alberga conciertos de música clásica. Las escenas de turistas con el vídeo al hombro son ya típicas de estas murallas que, por otro lado, proporcionan unas magníficas vistas de Saint Malo.

Al sur, a los pies del casco antiguo, yace el fuerte de la Cité, del siglo XVIII, que fue fortaleza alemana durante la II Guerra Mundial. Flanqueando las murallas, se sitúan los fortines de acero agujereados por los proyectiles de los Aliados.

Otros atractivos de Saint Malo son las plácidas playas al sur del casco antiguo y la costa que continúa hacia el noreste. Esta zona presenta una de las más altas variaciones de mareas del mundo, así que, para llegar al agua cuando está baja, uno tiene que darse un buen paseo. Saint Malo es el lugar perfecto desde donde poder explorar la Côte d'Émeraude ; como excursión de un día, se puede realizar una visita a la famosa abadía situada en el Mont Saint Michel.

Castillo de Chambord
El valle del Loira fue, desde el siglo XV hasta el XVIII, el patio de recreo de la nobleza francesa, que dilapidó la riqueza de la nación para levantar multitud de castillos imponentes. Originariamente se construyeron como estructuras de defensa, pero paulatinamente se convirtieron en palacios de placer, edificados en zonas de gran belleza natural.

El mayor y más lujoso de los castillos del valle del Loira es el Château de Chambord. Comenzado en 1519, se cree que su estilo renacentista estuvo inspirado por Leonardo da Vinci, que vivió en la zona desde 1516 hasta su muerte, tres años después. En cualquier caso, el castillo es creación del rey Francisco I, un lunático capaz de negarse a pagar el rescate de sus hijos en España y malgastar el dinero de sus súbditos; incluso llegó a sugerir la posibilidad de desviar el río Loira para que pasara cerca de su nueva morada. Para su construcción, se emplearon 15 años y miles de trabajadores.

En el interior, destaca una hermosa escalera de doble hélice que servía de paso al séquito que, reunido en la terraza del tejado, observaba la realización de ejercicios militares, torneos y el regreso de los cazadores con sus perros de presa. Desde la terraza, se divisan los tejados de pizarra, las torres, cúpulas, chimeneas y varillas iluminadas que conforman el soberbio perfil del castillo.

Biarritz
La afluencia de público en este conocido pueblo costero del País Vasco francés aumenta considerablemente en verano. Biarritz, que antaño fue la favorita de la aristocracia europea y, posteriormente, de los adinerados británicos, actualmente atrae visitantes de todas partes del mundo. Sus excelentes playas, sus casinos y zonas para practicar el surf son sus principales atractivos.

La zona monumental y cultural de la ciudad se reduce a una iglesia rusa ortodoxa de bóveda azul, a algunos pequeños hoteles y al Museo del Mar. Reformado recientemente, cuenta con un acuario donde conviven varios ambientes marinos y un museo que documenta la participación de la zona en la pesca comercial y ballenera. Fuera, pueden verse piscinas con focas y tiburones.

En verano, las llamativas tiendas de rayas que se encuentran alineadas en las playas de moda de Biarritz, son testigo de la avalancha de turistas que invade la zona. Después de un duro día de tostarse al sol, se puede jugar al golf o a cesta punta, el juego más rápido del mundo (se juega con una pelota y una raqueta en forma de cuchara); disfrutar de las actuaciones folclóricas de la noche; o empaparse de la música y artesanía vascas.

Saralat-La Canéda
Conocida como Sarlat, esta encantadora ciudad renacentista en Périgord, creció alrededor de una abadía benedictina fundada en el siglo IX. Atrapada entre territorio francés e inglés, durante la Guerra de los Cien Años y las Guerras de Religión prácticamente quedó en ruinas. A pesar de ello, Sarlat conserva un toque medieval característico, con sus edificios color ocre y sus atractivas calles. Para aquellos que prefieren evitar las multitudes, es mejor visitar la zona fuera de la temporada alta.

Entre los tesoros arquitectónicos de Sarlat, figura la catedral Saint Sacerdos, que originariamente fue una abadía benedictina. De estilo poco definido, casi toda la estructura actual data del siglo XVII. Detrás de la catedral, se encuentra el primer cementerio de la ciudad, donde está el Faro de los Muertos, una torre del siglo XII construida para conmemorar la visita de San Bernardo en 1147 y cuyas reliquias descansan en la abadía. El otro foco de interés de la ciudad es el mercado de los sábados. Dependiendo de la temporada, se comercia con foie-gras, champiñones, trufas, gansos y ganado entre toda una maraña de vendedores y espectadores.

Chamonix
La ciudad de Chamonix se asienta en uno de los valles más espectaculares de los Alpes franceses. La zona mantiene un cierto parecido con el Himalaya: el Mont Blanc está coronado por una diadema de nubes y destaca sobre los glaciares de grietas profundas que dominan la zona. A finales de la primavera y el verano, los glaciares y la nieve de las altas cumbres sirven como telón de fondo para las praderas y las laderas cubiertas con flores salvajes, arbustos y árboles. Ésta es la mejor época para hacer excursiones; en invierno, los viajeros pueden aprovechar los más de doscientos kilómetros de pistas de esquí para descender las montañas o practicar esquí de fondo.

No se puede dejar de visitar la Aiguille du Midi, una solitaria aguja de roca situada a varios kilómetros de la cima del Mont Blanc, que se extiende por los glaciares y los campos nevados. Es fácil acceder a ella, y las vistas panorámicas son dignas de una postal. Otro placer es el paseo que ofrece el teleférico, con paradas en los puntos más populares para el esquí y el excursionismo. El segundo glaciar más grande de los Alpes es el Mer de Glace ; mide 14 km de largo y 1.800 m de ancho, y tiene hasta 400 m de profundidad. Para contemplar mejor el glaciar desde dentro, es posible hacer una ruta por una cueva de hielo que se esculpe cada primavera. También hay un tren que sube hasta los 1.915 m y un gran número de pistas que, por su peligrosidad, no deben utilizarse sin el equipamiento adecuado y sin un guía.

Otras actividades que pueden llevarse a cabo en la zona son el ciclismo de montaña, el parapente y el patinaje sobre hielo; también es posible bajar en trineo por una reluciente pendiente de las pistas de verano. La ciudad suiza de Martigny sólo se encuentra 40 km al norte de Chamonix, dato importante para los que deseen cruzar la frontera para reparar el reloj o comprar chocolate.

Arles
La encantadora ciudad de Arles, situada a orillas del río Ródano, en Provenza, alcanzó su auge entre los años 49 y 46 a.C., cuando un triunfante Julio César conquistó y expolió la cercana ciudad de Marsella. Pronto se convirtió en el eje central del comercio de la región y en un importante centro provincial romano con enormes espacios públicos que todavía hoy se utilizan. Vincent Van Gogh se instaló en la localidad a finales del siglo XIX, donde creó cientos de dibujos y pinturas. En los calurosos días de verano, se puede ver el calor evaporándose sobre las llanuras; los olivos y los viñedos, que figuran en varias de sus obras, todavía cubren las colinas de piedra caliza de los alrededores. Arles también es conocida por sus casas con impresionantes techos con tejas de color rojo y sus callejones sombríos, tan estrechos que prácticamente hay que atravesarlos de lado.

Destaca el anfiteatro Les Arènes, una enorme construcción romana de finales del siglo I d.C. Decenas de miles de hombres y animales fueron sacrificados en nombre de uno de los pasatiempos más nobles: el deporte. En este anfiteatro, se representaban carreras de carros y luchas cuerpo a cuerpo en las que la matanza final era más aplaudida que la táctica utilizada. El anfiteatro, que se convirtió luego en un fuerte y, más tarde, en un área residencial, en la actualidad vuelve a llenarse de gente, atraída por las corridas de toros. Otra reliquia de los romanos en la ciudad es el Teatro Antiguo, el escenario ideal para los festivales de danza, música y cine al aire libre del verano.

El centro de Arles es un lugar relajado, con plazas íntimas, brasseries con terrazas perfectas para sorber pastís (licor anisado) y hombres con bigote engominado jugando a la petanca.

Cannes
Esta ciudad de prestigio internacional, situada en la Costa Azul, es el lugar favorito de los niños ricos y de los compradores compulsivos. Durante el Festival Internacional de Cine, en mayo, Cannes está más llena de dinero, champaña, teléfonos móviles y escotes que ningún otro lugar del mundo. Además de boutiques, hoteles y restaurantes de postín, también posee playas con su propio 'servicio de habitaciones', que los austeros evitan cuidadosamente.

En el famoso Boulevard de la Croisette se pasean todo tipo de personajes: estrellas de antaño con minúsculos bikinis, hombres franceses de vacaciones llevando un bolso, nuevos ricos bronceados zambulléndose en la piscina con las joyas puestas y campesinos con patillas, rústicos chalecos y botas camperas que se preguntan por qué hay tanto revuelo. Después de dar un paseo, es agradable sentarse en uno de los muchos cafés y restaurantes que iluminan la zona con sus llamativos carteles de neón.

Cerca de la costa, flota la île Sainte Marguerite, cubierta de eucaliptos y pinos, a la que Alejandro Dumas le sacó el mayor partido posible en su clásico El hombre de la máscara de hierro. Esta pequeña isla es atravesada por rutas y senderos, pero por sus playas se pasean muchos menos turistas que por las de tierra firme. La próxima île Saint Honorat es un poco más pequeña; fue el emplazamiento de un conocido y poderoso monasterio fundado en el siglo V y hoy acoge a una orden de monjes cistercienses. Se dispone de barcos que conducen al turista hasta ambas islas.

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