miércoles, 20 de febrero de 2008

Viajar a la República Dominicana

Las playas de arena blanca, las impresionantes montañas veteadas de ríos y cascadas espectaculares junto a los lagos de agua salada repletos de fauna exótica resultan una pequeña parte del atractivo de la República Dominicana. La isla tiene mucho que ofrecer, tanto a los que deseen divertirse como a los que prefieran relajarse o explorar la naturaleza.

Es posible, por ejemplo, atravesar en barca los manglares en busca de los simpáticos manatíes, observar los rorcuales amartelados en la bahía de Samaná y, cuando se hayan visto suficientes maravillas naturales, volver a la civilización y prepararse para la fiesta.

La gente de la primera ciudad europea en América, Santo Domingo, no pasa precisamente el día admirando la arquitectura colonial de sus casas: esta urbe no sólo cuenta con un único carnaval, sino con dos, ambos cargados de desfiles, carrozas muy elaboradas, música en directo y baile en todas las calles. Los carnavales precuaresma también se celebran en Santiago, Cabral, Monte Cristi y La Vega y, si el viajero se queda con ganas de más, puede acudir a los dos principales festivales de merengue del país, el Festival de Música Latina anual y los campeonatos nacionales de surf y windsurf.

En la República Dominicana predomina el clima tropical, con más variaciones de temperatura geográficas que estacionales. Agosto se caracteriza como un mes bochornoso y tórrido, mientras que enero sufre en menor medida esta canícula. Aparecen dos estaciones pluviales: entre octubre y mayo a lo largo de la costa norte y de mayo a octubre en el Sur. Es aconsejable ir provisto de paraguas si se tiene la intención de recorrer todo el país. La lluvia dominicana no puede calificarse precisamente de refrescante y ligera, como la hawaiana o centroamericana: aquí llueve a mares y durante muchas horas (puede estar lloviendo fácilmente medio día sin parar).

Merece la pena perderse la estación de los huracanes (de junio a septiembre). Aunque la probabilidad de sufrirlos sea ínfima, un huracán, aunque sea pequeño, puede amargar las vacaciones a cualquiera.

Santo Domingo
La capital de la República Dominicana y primera ciudad europea del continente americano se corresponde a una localidad caribeña dinámica, excitante, contaminada, a veces peligrosa y siempre interesante. Por mucho que se alargue la estancia del visitante en Santo Domingo, siempre le quedará algo por ver o hacer. Existen más vestigios coloniales en la urbe de los que es posible conocer en un solo viaje, y resulta inexcusable abandonar el país sin haber descubierto la Zona Colonial, punto de partida de la conquista española de las Américas, lugar de desembarco de colonos, comerciantes y conquistadores, así como centro administrativo gobernado por Diego, hijo de Cristóbal Colón. La ciudad también se enorgullece de albergar la catedral más antigua del continente americano, la catedral Primada de América. El cercano parque Colón, además de poseer una estatua del almirante al que debe su nombre y suponer un hervidero de actividad, también está considerado el punto de encuentro de los residentes en la zona.

La urbe rebosa los más variopintos museos, desde los dedicados a la historia indígena y colonial, hasta el del ámbar y otro acerca de los productos más importantes del país. Sus jardines, zoológicos y parques la convierten en una ciudad frondosa. Y, cuando ya se ha absorbido la suficiente dosis de cultura, se puede disfrutar toda la noche en la multitud de discotecas y bares que acogen sus calles. Añádase a lo dicho una oferta de restaurantes bastante atractiva, y se conseguirá la receta de un viaje fantástico.

Santiago de los Caballeros
La segunda ciudad en importancia de la República Dominicana, Santiago de los Caballeros, se presenta como una urbe aristocrática y algo provinciana. Sustenta el eje comercial del valle del Cibao, la zona industrial de la nación, donde las fábricas procesan azúcar y tabaco en bruto para convertirlos en ron y puros. Santiago se enorgullece de poseer una próspera industria y una de las mejores universidades del país.

El ritmo de Santiago, pausado y elegante, resulta una agradable sorpresa para los escasos viajeros que se acercan a ella. Carece de monumentos remarcables así como de una vida nocturna muy excitante, pero cuenta con diversos restaurantes y museos interesantes para pasar un día relajado. Posiblemente, la actividad más popular de la población sea el paseo por la calle del Sol, la principal vía de la urbe y una agradable zona comercial. Sus gentes poseen un aspecto distinguido y muchos dedican el descanso dominical a pasear por el parque central en coches de caballos. Se convierte en un simpático tributo a la tradición en una localidad que está cambiando con inusitada rapidez.

Costa del Ámbar
La costa septentrional de la República Dominicana debe su nombre a los yacimientos de ámbar más ricos del mundo, situados en las montañas de las cercanías. Su reputación se justifica con los 120 km de bellas playas al este de Puerto Plata. Se erige como la zona más desarrollada de la isla, aunque, por desgracia, gran parte está focalizada al turismo de masas procedente de Europa. Sin embargo, permanecen diversas ciudades pequeñas con un ambiente relajado en sus restaurantes de tejado de palma, y sus pensiones locales prevalecen sobre la arquitectura de edificios amorfos de hormigón propia de los complejos turísticos.

Puerto Plata, el eje principal de la costa, posee la vida callejera, arquitectura pintoresca y plazas arboladas propias del país, pero también demasiados complejos turísticos de baja calidad que han contaminado su carácter. Aparte de sus superpobladas playas, otras posibilidades de diversión se centran en los paseos por el malecón o el funicular que se eleva hasta la cima de la montaña Isabel de Torres, de 780 m de altura, que domina la ciudad.

Sosúa
Sosúa es algo más que otra urbe de playas paradisíacas, donde su atraso en concepto de infraestructuras se ve contrarrestado por sus extensas costas de arena y cocoteros. Perduran enclaves idóneos para quienes deseen tomar el sol o degustar las delicias de un buen restaurante y disfrutar de su animada vida nocturna, pero muchos desconocen la interesante historia de esta comunidad.

La zona al completo perteneció a United Fruit hasta finales de la década de 1920, cuando el dictador Rafael Trujillo compró el terreno por un módico precio y obtuvo pingües beneficios al venderlo a organizaciones judías estadounidenses. Estos grupos adquirían tierras para los hebreos que huían de Europa Central ante el creciente antisemitismo. En 1940, unas trescientas cincuenta familias judías se trasladaron a la localidad y dedicaron varios años a desarrollar un producto agrícola que pudiera prosperar bajo el clima tropical y sobrevivir al largo trayecto por tierra hasta Santo Domingo. Criaban ganado para obtener leche, queso, salchichas y otros productos; con los beneficios, construyeron un sistema de distribución. Pero en la década de 1960, los campesinos se apropiaron ilegalmente de las tierras de cultivo, inutilizándolas para el pastoreo. La policía se negó a ayudar a la comunidad hebrea, y la mayoría optó por emigrar a EE UU o Israel. En la actualidad únicamente permanecen algunas de estas familias, pero si se desea obtener una rápida visión de su fascinante historia se puede visitar el Museo de la Comunidad Judía, antes o después de broncear la resaca junto a las aguas claras y brillantes (también ideales para el buceo, por cierto).

Cabarete
Se puede afirmar que es el destino indicado para unas vacaciones: cuenta con una enorme y preciosa bahía, considerada una de las mejores del planeta para la práctica del windsurf; sus hermosas playas de arena blanca parecen de postal; y si lo que se desea es una suite con bañera de agua caliente junto a un servicio de habitaciones que sirva una cena de langosta y champaña, Cabarete aparece como el enclave idóneo. No se pueden obviar sus bares y discotecas, con música en directo todas las noches y frecuentados por gente engalanada y con ganas de disfrutar.

Incluso para aquellos que no se sientan seducidos por la imagen de veinteañeros europeos semidesnudos disfrutando de la playa y el surf, se debe reconocer que la vista del mar es espectacular. El windsurf atrae a ciudadanos de los cinco continentes, y resulta factible alquilar el equipo completo, además de apuntarse a clases con cualquiera de los monitores que se hallan en la misma playa. Para los que prefieran disfrutar del surf, es importante tener presente que algunas de las mejores olas dominicanas rompen justo al oeste de Cabarete, sobre arrecifes de coral que bien merecen una excursión. Igualmente, es posible alquilar tablas de surf y boogie boards.

Samaná
En muchos aspectos, Samaná refleja una imagen de típica ciudad tranquila y tropical, con casas coloreadas pegadas como lapas a las verdes laderas y mecidas por cocoteros. Existe un par de locales donde tomar una copa y admirar la bahía (de tal importancia estratégica en el pasado que estuvo ocho años ocupada por EE UU), y el Norte acoge escasos complejos turísticos. El principal motivo para llegar hasta esta zona reside en su generosa naturaleza: Samaná resulta el punto de partida perfecto para explorar los tesoros más preciados de la República Dominicana.

Siete kilómetros hacia el Sur, el idílico cayo Levantado presenta selvas frondosas y tres playas espectaculares que suelen aparecer desiertas hasta la llegada de autobuses repletos de turistas, alrededor del mediodía. Los itinerarios para senderismo y las bellas vistas potencian el atractivo del lugar. Hacia el Oeste, el Parque Nacional de los Haitises ofrece numerosas islas alfombradas de selvas y tupidos manglares, indicadas para explorar en barco. El mayor espectáculo, sin embargo, se desarrolla en la bahía durante los meses de enero y febrero: aproximadamente el 80% de los rorcuales del mundo se aparean y crían frente a las costas de la República Dominicana. Para atraer a las hembras, los rorcuales macho elevan al aire sus cuerpos de 40 toneladas, para luego caer al agua salpicando mares de espuma (ellas también lo hacen, aunque evitan volar tan alto para proteger el frágil ego de los machos). Los patrones de embarcación de la zona cobran entre 25 y 40 dólares por adentrarse en la bahía.

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