jueves, 21 de febrero de 2008

Viajar a la República Checa

Los turistas acuden en tropel a este destino turístico de primer orden desde que en 1989 se abolió la hegemonía comunista. Aunque sus visitantes más fieles suelen lamentarse de que Praga ha dejado de pertenecerles, el país contiene aún suficientes atractivos como para satisfacer toda clase de exigencias; muchas de las zonas alejadas a la vibrante capital permanecen apartadas de los circuitos turísticos y, por ello, intactas.

Mayo, junio y septiembre constituyen los meses más agradables para visitar este país, con abril y octubre como alternativas algo más frías y, a veces, más económicas. La mayor parte de la población checa veranea en julio y agosto, cuando los hoteles y las zonas turísticas están más atestadas y los albergues se encuentran al completo, especialmente en la capital y en las zonas montañosas de Krkonose y Tatras. Por fortuna, la oferta de alojamientos más baratos se incrementa en las grandes ciudades en esta época. Centros como Praga, Brno y los complejos de montaña acogen a los visitantes a lo largo del año; más allá de estos emplazamientos, la mayoría de castillos, museos y sitios de interés, así como algunos hoteles, permanecen cerrados durante la temporada baja.

Praga
Es imposible aburrirse en Praga, tanto si se permanece durante una breve estancia, concentrándose en su compacta red de callejuelas, pasajes y callejones sin salida, como si se disfruta de varias semanas, curioseando tranquilamente y disfrutando de su paisaje urbano.

El principal atractivo es su admirable aspecto físico. El centro de la metrópoli reúne novecientos años de arquitectura; los estilos románico, gótico, renacentista, barroco, así como sus adaptaciones decimonónicas y el Art Nouveau se yuxtaponen y se mantienen intactos tras las guerras y los conflictos del siglo XX. Su núcleo histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1992, está formado por Hradcany (el distrito del Castillo) y Malá Strana (el barrio Chico), al oeste del río, Staré Mesto (la Ciudad Vieja) y Vácklavské námestí (la plaza Wenceslao) en el este; el puente Carlos separa Malá Strana de Staré Mesto. Esta zona abarca unos 3 km² y se puede recorrer a pie, por lo que un paseo por Praga permitirá descubrir sus más famosos atractivos.

Asimismo merece la pena descubrir Nové Mesto (la Ciudad Nueva), con sus tiendas, cafeterías, museos y teatros; Vysehrad, donde se contextualizan viejas leyendas que fundamenta la Praga mítica; y Holesovice, Smíchov, Troja y Vinohrady.

La oferta cultural y lúdica constituye una de las más importantes de la ciudad; se programa música clásica, jazz, rock, ópera, ballet, teatro de vanguardia y cuenta con excelentes museos y muchas galerías de arte. El único inconveniente, resultado de su popularidad como destino turístico, se manifiesta en la verdadera invasión de forasteros que recibe durante todo el año.

El alojamiento resulta mucho más asequible en Nové Mesto y Smíchov. El distrito central se encuentra repleto de restaurantes, pero son mucho más económicos los establecimientos de Nové Mesto que los de Staré Mesto.

Kutná Hora
En el siglo XIV Kutná Hora se convirtió en una esplendorosa ciudad, dotada de monumentos que simbolizaban su prosperidad. En esa época, esta localidad situada a unos 65 km al sureste de Praga, era la segunda más importante de Bohemia, gracias a sus ricos yacimientos de plata, y el groschen argentado acuñado aquí era la moneda más fuerte de Europa central en aquellos tiempos. A pesar de su decadencia, aún hoy conserva suficientes monumentos arquitectónicos de magnífica factura como para que la Unesco incluyera su centro histórico en su catálogo para el Patrimonio de la Humanidad en 1995. Es inevitable compararla con Praga cuando se descubre su plaza de suaves tonalidades y repleta de cafeterías, sus callejuelas medievales con fachadas de estilos que abarcan desde el gótico hasta las vanguardias, y la magnífica catedral de Santa Bárbara. La diferencia entre ambas urbes se evidencia en que los habitantes de Kutná Hora son más acogedores y sus precios más módicos.

El centro histórico es bastante compacto y se puede recorrer caminando. Aquellos que hayan programado una visita cultural se sentirán gratificados con los fascinantes monumentos de la metrópoli. Si se opta por un tour macabro, en un cementerio en Sedlec (3 km al noreste) existe un osario gótico compuesto por los huesos de más de cuarenta mil personas. En cuanto a la espléndida arquitectura religiosa, es preciso descubrir la iglesia de Nuestra Señora de origen gótico, pero restaurada bajo los parámetros del barroco propios de los inicios del siglo XVIII; la iglesia de San Jaime, el antiguo colegio jesuita construido en el siglo XVII, con sus esculturas barrocas situadas en su exterior; la catedral de Santa Bárbara, joya del gótico tardío, y el convento de las ursulinas, con una interesante muestra de antigüedades. Si se está interesado en la historia de la minería local, debe visitarse el Museo Hrádek de la Minería y los pozos de las minas medievales.

Karlovy Vary
Famoso en el mundo entero por sus aguas termales, es el balneario más antiguo de Bohemia y, probablemente, el segundo enclave más visitado del país, después de Praga. También está considerada la más hermosa de las tres grandes termas de la República y, a pesar de la multitud que recala en ella, es la más accesible. Si resulta imposible tomar un baño sulfuroso o realizar una terapia de inhalación de gas, siempre se podrán probar las distintas aguas que manan de las doce fuentes termales, y que están compuestas por cuarenta elementos químicos; éstos se emplean en los tratamientos médicos para las enfermedades del aparato digestivo y otros desórdenes del metabolismo.

Además de las cualidades curativas de sus aguas, Karlovy Vary sigue conservando un característico estilo imperial. Las elegantes columnatas y bulevares se alternan con las numerosas y agradables alamedas de los parques que la rodean. Asimismo, ofrece todas las facilidades de una localidad de dimensiones medias sin las prisas propias de las grandes ciudades, con la ventaja de poder relajarse en un paraje encantador.

Krivoklát
La somnolienta Krivoklát está situada junto al río Rakovnický Potok, afluente del Berounka. Uno de los placeres de su visita consiste en el recorrido en tren hacia el boscoso valle de Berounka, salteado de chalets y rodeado por riscos de piedra caliza. El castillo de Krivoklát se construyó a finales del siglo XIII como pabellón de caza real, y contiene una ejemplar capilla perteneciente al estilo gótico tardío, unas salas imponentes, la ineludible prisión y la no menos preceptiva sala de tortura. Actualmente ya no se caza en esta zona, pues la cuenca superior del Berounka, uno de los bosques mejor preservados de Bohemia, se ha convertido en la Región Paisajística Protegida de Krivoklát y en Reserva de la Biosfera de la Unesco.

Si se dispone del equipo necesario y de uno o dos días más, también se puede pasear a lo largo de la pista de 18 km que parte del valle de Berounka con dirección a Skryje, centro de veraneo con varias casas típicas construidas con tejados de paja. En el camino, se encuentran los acantilados de Nezabudice (que forman parte de una reserva natural), el pueblo del mismo nombre y Týrov, un castillo de estilo francés del siglo XIII que se utilizó durante un tiempo como prisión y que fue abandonado en el siglo XVI; al otro lado del valle, aparece la localidad de Týrov.

Karst moravo
El viajero que persiga imágenes idílicas las encontrará en el Karst moravo, una hermosa región de colinas frondosas situada al norte de Brno, caracterizada por sus numerosos desfiladeros y sus aproximadamente cuatrocientas cuevas originadas por el río subterráneo Punkva.

En Punkevní se organizan visitas en grupos de 75 personas que comienzan aproximadamente cada 20 minutos. El recorrido de un kilómetro a lo largo de profundas grutas, admirando los conjuntos de estalactitas y estalagmitas, desemboca a los pies del despeñadero de Macocha ; allí se embarca en el río Punkva y se recorren unos 400 metros hasta salir a la superficie. Otras cuevas a descubrir son las de Katerinská, Balcarka y Sloupsko-Sosuvské; en ellas se han hallado vestigios prehistóricos.

Región de Moravské Slovácko
Los aficionados a las artes populares deberán dirigirse a Moravské Slovácko, uno de los núcleos de Europa Central que mejor ha conservado su cultura tradicional, así como uno de los lugares más agradables de la república. El ambiente especial de esta región se debe no sólo a su clima templado, idóneo para la producción del mejor vino checo, sino también al carácter y el temperamento de su gente, acogedora, cálida y llena de vida.

El resultado es una extraordinaria reserva de cautivadoras tradiciones en su lenguaje, vestimenta, arquitectura y artes decorativas; se celebran además fiestas anuales en toda la región, donde el baile y la música son los protagonistas junto con la gastronomía autóctona y las generosas muestras de vino. La variedad y el colorido de los trajes populares son especialmente asombrosos y a veces difieren por completo entre pueblos vecinos; por su parte, las casas se mantienen con el tradicional color blanco, con una franja azul en la parte baja, y algunas de ellas aparecen embellecidas con flores y aves dibujadas. Los festejos locales proporcionan la mejor ocasión para contemplar la indumentaria y escuchar la música autóctona, a menudo improvisada. En este sentido cabe destacar los festejos de Blatnice, Stráznice y Vlcnov.

Uno de los principales atractivos de las regiones vitivinícolas consiste en catar el producto local, práctica que se convierte en una especie de ritual; en esta zona la tradición se enriquece con sus peculiares bodegas familiares, denominadas vinné sklepy. En lugares como Petrov (3 km al suroeste de Stráznice) muchas son subterráneas y en Vlcnov son semejantes a chozas. En Prusánky (8 km al oeste de Hodonín), las bodegas vinícolas parecen conformar un pueblo aparte.

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