jueves, 21 de febrero de 2008

Viajar a Grecia

El país que exportó el drama, la tragedia y la democracia puede presumir de un legado sin parangón. Desde la contaminada Atenas hasta las deslumbrantes islas, posee tantos vestigios del pasado que su enumeración podría ser interminable: el santuario considerado el ombligo del mundo en Delfos, la galería de columnas semiderruidas en la isla sagrada de Delos, los palacios minoicos de Creta e incluso lo que algunos consideran los restos de la Atlántida en Santorini.

Los griegos son férreos celadores de la tradición, pero ello no significa que no sepan cómo divertirse; su propensión al disfrute se remonta a Dionisios. Por otra parte, la canícula y las aguas límpidas convierten a Grecia en un destino idóneo para distenderse; ya sea cenando en una taberna junto al mar, tomando un café en una sombreada plazoleta o bailando en una discoteca hasta el amanecer, existen muchas posibilidades de que los dioses hechicen al visitante.

La primavera y el otoño son las mejores estaciones para visitar Grecia. Las condiciones son idóneas de Semana Santa a mediados de junio, cuando el tiempo es agradable y suave en la mayor parte del país; las playas y los monumentos están relativamente poco frecuentados, los transportes públicos funcionan con un horario similar al veraniego y el alojamiento es más económico y fácil de encontrar. También se goza de un buen tiempo entre finales de agosto y mediados de octubre, una vez acabada la temporada alta. En invierno, salvo en las ciudades más importantes, la animación disminuye drásticamente, puesto que la mayor parte de la infraestructura turística entra en hibernación desde mediados de octubre hasta principios de abril. No obstante, en las islas más concurridas, ciertos restaurantes, bares y hoteles permanecen abiertos anualmente.

Atenas
El glorioso pasado de la capital griega la sitúa a la altura de Roma y Jerusalén, pero pocos se enamoran de la Atenas moderna a causa de la sempiterna presencia del nefos (contaminación) y los elevados bloques de apartamentos que se construyeron apresuradamente para alojar a los refugiados venidos de Asia Menor durante los intercambios de población con Turquía en 1923. Sin embargo, más allá de la capa de cemento armado subyace una especie de encanto desvencijado. En la mayor parte de las casas, en cada balcón o ventana, lucen innumerables geranios, y muchas de las calles y plazas del centro están arboladas con naranjos. Atenas es una curiosa mezcla de Oriente y Occidente; sus roncos vendedores callejeros y sus pintorescos mercados son una reminiscencia de los bazares turcos, mientras que las desmoronadas mansiones neoclásicas del breve período de apogeo de la ciudad le han valido el sobrenombre de "París del Mediterráneo".

La Acrópolis, coronada por el Partenón, se alza como un centinela por encima de Atenas, y es visible desde prácticamente todos los puntos de la urbe. Pericles inició la transformación de esta zona en una ciudad repleta de templos después de que, en 510 a.C., el oráculo de Delfos dictaminara que sólo sería habitada por los dioses. Sus colosales edificios estaban fastuosamente decorados, y sus gigantescas estatuas se elaboraron bien en bronce, bien en mármol chapado en oro y con incrustaciones de piedras preciosas. La fría grandeza del mármol desnudo, ahora en ruinas, sigue cortando la respiración. Junto al Partenón, insuperable por su gracia y armonía, se halla el Erecteón, reconocible de inmediato debido a sus más que fotografiadas cariátides, las seis doncellas que ocupan el lugar de las columnas. El teatro de Dionisios, donde los ciudadanos se alternaban en el coro de las tragedias griegas, se encuentra en la ladera sur de la Acrópolis.

En la vertiente noreste permanece el viejo barrio de Plaka, que en realidad era todo lo que existía de Atenas antes de que fuera declarada capital de la Grecia independiente. Sus angostas y laberínticas calles conservan buena parte de su encanto, a pesar de ser la zona turística por excelencia de la ciudad griega. Cercada por el margen de Plaka se halla la antigua Ágora, centro de la vida política y económica de la antigua Atenas. Entre las visitas de interés también sobresale el Museo Arqueológico Nacional, que alberga magníficos objetos micénicos de oro y espectaculares frescos minoicos de Santorini (Thera), entre otras antigüedades. Destaca asimismo el Museo Goulandris de Arte Cicládico y Griego Antiguo, con una colección de elegantes figuritas de mármol que influyeron en el estilo de Modigliani, Brancusi y Picasso.

Plaka es el zona más popular para alojarse, y algunos de sus hoteles más económicos permiten dormir en el tejado durante el verano. Es recomendable reservar por adelantado si se quiere viajar a Atenas entre julio y agosto, ya que la ciudad se convierte en un hervidero de turistas.

El nombramiento de esta ciudad como sede olímpica de 2004 ha impulsado notablemente el desarrollo urbano, especialmente en las infraestructuras.

Peloponeso
Esta península meridional de Grecia posee una extraordinaria riqueza histórica y una gran diversidad de paisajes. Concentrados en su extremo nororiental se hallan los recintos arqueológicos de Epidauro, Corinto y Micenas, a los que se puede llegar con facilidad desde Nauplio. Mistra, la última ciudad bizantina, se encarama en las laderas del monte Taigetos; sus tortuosos caminos y escaleras desembocan en palacios desiertos e iglesias adornadas con frescos, todos ellos muy bien conservados.

Al sur de la península se ubica la región del Mani. Está formada por áridas montañas y paisajes yermos, animados tan sólo por austeras e imponentes torres de piedra, abandonadas en gran parte pero que siguen vigilando como centinelas toda la región. Otros focos de atención turística son la antigua Olimpia, la hermosa ciudad medieval de Monembasia y el emocionante trayecto en el tren de cremallera Diacofto-Caláurita, que sube y baja como una montaña rusa a través de la profunda garganta de Buraico.

Meteora
Los monasterios de Meteora, en la provincia de Tesalia, son uno de los puntos turísticos más extraordinarios de la Grecia continental. Construidos en el interior y en la cumbre de enormes pináculos de roca lisa, proporcionaron a los monjes refugios seguros ante las matanzas cada vez más generalizadas del imperio bizantino, que desapareció a finales del siglo XV. A las construcciones más antiguas se llegaba a través de empinadas escaleras de mano articuladas y desmontables. Con posterioridad, se accedía por medio de cabrestantes que permitían transportar a los monjes en redes, un método empleado hasta la década de 1920. A los visitantes aprensivos que preguntaban con qué frecuencia se cambiaban las cuerdas se les respondía: "Cuando el Señor deja que se rompan". En la actualidad, la entrada a los monasterios se realiza gracias a escalones labrados en las rocas, y los cabrestantes se utilizan únicamente para transportar las provisiones.

Cícladas
Estas islas exhiben la imagen idílica más conocida de las islas griegas: el blanco deslumbrante de las casas encaladas contrasta con el azul brillante de las cúpulas de las iglesias, mientras que las playas de arena dorada lindan con un mar de color aguamarina. Algunas de las Cícladas, como Miconos, Santorini, Paros e Ios se han decantado por potenciar la industria turística; otras, como Andros, Cea, Serifos y Sicinos, no suelen ser tan visitadas por los extranjeros, pero constituyen uno de los destinos favoritos para los veraneantes atenienses.

Miconos, desértica y poco accidentada, es una de las islas helenas más caras y más visitadas. Posee una vida nocturna cosmopolita y es la indiscutible capital gay de Grecia. Muchas otras ínsulas la superan en belleza, pero Miconos posee magníficas, aunque atestadas, playas. La ciudad es un encantador laberinto de elegantes comercios y casas irreales con balcones pintados de colores, llenos de buganvillas y clemátides; para algunos resulta demasiado perfecta.

Muchos visitantes califican a Santorini (oficialmente Thera) como la más espectacular de las islas griegas. Cada año acuden millares de turistas para admirar la caldera (un cráter sumergido), vestigio de lo que probablemente fue la mayor erupción volcánica del mundo. A pesar de las multitudes que la visitan en verano, la singularidad que le confieren sus playas de arena negra y sus imponentes acantilados otorga a Santorini un atractivo especial.

Si se prefiere escapar de las aglomeraciones de turistas, Sicinos, Anafi y las diminutas islas situadas al este de Naxos ofrecen cierto respiro.

Creta
La mayor isla de Grecia ostenta el dudoso honor de acoger a una cuarta parte de los visitantes del país. A pesar de todo, aún es posible encontrar cierta paz en la menos explotada costa oeste, en su montañoso e inhóspito interior, y en las poblaciones de la meseta de Lassithi. Creta fue el centro de la cultura minoica, la primera civilización avanzada de Europa, que se desarrolló entre los años 2800 y 1450 a.C. El palacio de Cnosos, situado en las afueras de la capital, Heraklión, es el yacimiento minoico más relevante de la isla. Mientras que Heraklión es un caótico hormiguero, Cania y Retimno, otras ciudades importantes, presentan una notable profusión de hermosos edificios venecianos. Paleocora, en el suroeste, fue descubierta por los hippies en la década de 1960, y a partir de aquel momento dejó de ser una tranquila aldea de pescadores, aunque sigue siendo un lugar apacible, frecuentado por mochileros. Muchos viajeros pasean a lo largo de un día a través de los 18 km de las gargantas de Samaria hasta alcanzar Hagia Roumeli, en el litoral suroccidental. En la accidentada costa meridional se hallan los pueblos de Loutro y Cora Esfacia, a los que se accede en barco. El clima de esta zona costera es tan suave que es posible bañarse desde abril hasta noviembre.

Dodecaneso
Este archipiélago, que se extiende a lo largo de la costa occidental de Turquía, está situado mucho más cerca de Asia Menor que de la Grecia continental. A causa de su posición estratégica y vulnerable, estas islas fueron víctimas de una serie de invasiones aún mayores que el resto del país; egipcios, Caballeros de San Juan, turcos e italianos se fueron sucediendo como conquistadores. Rodas es la mayor isla del Dodecaneso y su capital es la población medieval habitada más grande de Europa. La avenida de los Caballeros está bordeada de magníficos edificios, el más impresionante de los cuales es el palacio de los Grandes Maestres, restaurado como casa de veraneo de Mussolini, aunque nunca la llegó a utilizar. La imponente acrópolis de Lindo comparte su rocoso farallón con un castillo de la época de las cruzadas; bajo la roca serpentean tortuosas callejuelas con sus casas encaladas y muy decoradas.

Kos, Sime y Patmos son otras islas populares del Dodecaneso. Las poco turísticas Lipsi y Tilos poseen fantásticas playas poco frecuentadas, y las alejadas Agathonisi, Castellorizo y Caso constituyen lugares estupendos para experimentar la vida isleña tradicional. Esta última es una pequeña formación rocosa situada justo al sur de Cárpatos, poblada tan sólo por chumberas, olivos e higueras, muros de piedras, ovejas y cabras. Es uno de los lugares menos visitados del archipiélago.

Islas Jónicas
Este conjunto consta de siete islas principales: Corfú (conocida como Kerkyra), Paxi, Cefalonia, Zacinto, Ítaca, Léucade y Citera. Las Jónicas, alineadas a lo largo de la costa griega occidental, componen el único archipiélago griego que no está situado en el Egeo, y en muchos aspectos recuerda más a la vecina Italia. Aparte de la minúscula Meganisi, no hay ninguna "por descubrir", pese a lo cual, el viajero que se aventure en su interior se verá recompensado por los encantos de poblaciones que se mantienen intactas. Corfú, con su seductor paisaje de flores silvestres y esbeltos cipreses que se alzan sobre los bosques de olivares, está considerada por mucha gente como la isla más bella de Grecia.

Islas del noreste del egeo
Siete son sus ínsulas principales: Samos, Quíos, Icaria, Lesbos, Lemnos, Samotracia y Tasos. Están separadas por enormes distancias, por lo que desplazarse de una a otra resulta más complejo que en las Cícladas y el Dodecaneso. Muchas son bastante extensas, y presentan caracteres muy diferentes. La frondosa y húmeda Samos, lugar de nacimiento del filósofo y matemático Pitágoras, posee montañas bordeadas de colinas pobladas con pinos, sicomoros y robles. Samotracia, con su forma oval, presenta maravillas naturales que culminan en la imponente cima del monte Fengari (1.611 m), asomado a valles arbolados con viejos robles y plátanos, densos olivares y oscuros prados con cascadas que forman lagunas heladas y profundas.

Espóradas
Este archipiélago meridional, montañoso y poblado de pinos, está formado por hay cuatro islas habitadas: Esciasos, Escopelos, Alónnisos y Esciros. En las dos primeras la industria turística se ha asentado con fuerza, no así en Alónnisos ni Esciros. La oferta de Esciasos se reduce a sus excelentes playas y su vida nocturna; el viajero que busque algo más, es probable que la abandone de inmediato. Escopelos está menos explotada, pero el turismo comienza a ser masivo. Posee algunas calas cautivadoras, pero no suelen ser de arena, sino de guijarros. Alónnisos permanece como un territorio tranquilo, en parte porque la superficie rocosa imposibilita la construcción de una pista de aeropuerto. En 1983 se creó un parque marítimo en sus aguas, las más limpias del Egeo. Todas las casas poseen pozo negro, por lo que las aguas de desecho no van a parar al mar. Esciros es la isla menos explotada de las cuatro, y la mayoría de sus visitantes son viajeros independientes.

Islas del golfo Sarónico
Las cinco ínsulas del golfo Sarónico son las más cercanas a Atenas, y Salamis es, de hecho, un barrio periférico de la capital. Egina, Hidra, Espetsas y Poros presentan una sorprendente variedad arquitectónica y paisajística, pero reciben un desmedido número de turistas y resultan caras. Hidra, donde antaño se congregaban artistas, escritores y miembros de la alta sociedad, actualmente está invadida por los veraneantes, pero ha logrado conservar un aire de grandeza y preeminencia. Los vehículos motorizados, incluidos los ciclomotores, están prohibidos.

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