miércoles, 20 de febrero de 2008

Viajar a Martinica

Martinica es una porción de Francia situada en los trópicos. Los isleños siguen los dictados de la moda parisina, consumen baguettes y croissants y pagan con francos. Sin embargo, la música zouk que suena en los aparatos magnetofónicos, los bares y las salas de fiesta nos recuerda que sus habitantes tienen una cultura propia, imbuida sólidamente en las tradiciones criollas de las Antillas.

Su capital, Fort-de-France, una urbe moderna y elegante de cien mil habitantes, constituye la mayor de las Antillas francesas. Gran parte de la isla está urbanizada, y sus ciudades más relevantes podrían confundirse con modernas barriadas. No obstante, casi una tercera parte está ocupada por bosques, y otras muchas zonas están destinadas al cultivo de piñas, plátanos y caña de azúcar. Aún es posible encontrar algunos pueblos de pescadores y playas apartadas, así como multitud de senderos por las montañas.

Martinica es cálida durante todo el año, con temperaturas que suelen rozar los 30°C durante el día. La humedad es mayor en septiembre y menor en abril. La mejor época para visitar la isla abarca de febrero a mayo, período ligeramente más fresco y seco, aunque coincide con la temporada alta, provocando que los precios sean más elevados, y las atracciones y los alojamientos estén más concurridos.

Fort-de-France
Si bien Fort-de-France es la ciudad más grande y cosmopolita de las Antillas francesas, gran parte de su encanto reside en su emplazamiento natural a orillas de la Baie des Flamands (bahía de los flamencos), enmarcada por los Pitons du Carbet, que se erigen hacia el Norte. La mezcla de callejuelas estrechas y bulliciosas, parques, oficinas y edificios de finales del siglo XIX, que albergan boutiques y cafeterías, le confieren un cierto glamour.

El centro de la urbe está dominado por la Savane, un gran parque con fuentes, palmeras y donde se organizan conciertos al aire libre. Igualmente situado frente al mar, el parque floral cuenta con un mercado público donde se pueden comprar cocos y demás productos típicos de la isla; cerca de allí se encuentra un mercado de pescado.

Entre los edificios más relevantes destaca la biblioteca Schoelcher, un edificio pintoresco y cuidado provisto de una cúpula bizantina, cuyo diseño corresponde al arquitecto Henri Pick, quien la construyó en París para la Exposición Universal de 1889; posteriormente fue desmantelada y trasladada en barco a Fort-de-France, donde se reconstruyó. La catedral de Saint-Louis, otra creación de Pick, data de 1895 y contiene unas magníficas vidrieras y un órgano inmenso.

Entre otros lugares de interés, cabe citar el palacio de Justicia, edificio neoclásico de 1906 que se asemeja a una estación de trenes francesa; el Museo Departamental de Arqueología, cuyas exposiciones se basan en el pasado amerindio de la isla; y el Acuario de Martinica, que muestra especies del hábitat de los ríos tropicales.

Saint-Pierre
Denominada en otros tiempos el Pequeño París de las Antillas y antigua capital de Martinica, Saint-Pierre avanza a la sombra de su pasado cosmopolita y del volcán que la destruyó por completo en 1902. Los habitantes de la isla la reconstruyeron tras la erupción, y gran parte de ella aún conserva el emboque de finales del siglo XIX, con sus balcones de hierro forjado y sus contraventanas. El Museo Vulcanológico muestra numerosos objetos que sufrieron los efectos de la erupción, como arroz petrificado y clavos fundidos. Desde las escaleras que se alzan sobre las ruinas del antiguo teatro, se pueden contemplar los vestigios del pasado más remoto de la ciudad.

Anse Turin, una larga playa de arena gris situada al sur de Saint-Pierre, incorpora en su demarcación el Museo Paul Gauguin, templo de uno de los mejores pintores posimpresionistas. Se puede curiosear entre los recuerdos, cartas y reproducciones de los cuadros del artista, incluidos Bord de Mer I y L'Anse Turin - avec les raisiniers, que fueron creados en la playa colindante durante los cinco meses que el pintor permaneció en Martinica en 1887.

Route de la Trace
La Route de la Trace (ruta de la huella) sigue un sendero por las montañas, al norte de Fort-de-France, marcado por los jesuitas del siglo XVI. Atraviesa una selva de elevados helechos, laderas cubiertas de anturios y matas de bambúes, y cruza la vertiente oriental de las montañas volcánicas de Pitons du Carbet. Los isleños achacan los zigzagueos de la carretera a la afición de los jesuitas al ron.

A menos de diez minutos en coche desde la capital se encuentra la iglesia de Balata, réplica en menores dimensiones de la basílica del Sacré-Coeur de París. La vista desde su cúpula romano-bizantina abarca desde Fort-de-France hasta la zona turística de Pointe du Bout. A diez minutos por carretera se halla el jardín de Balata, un jardín botánico emplazado en una selva tropical con senderos que serpentean entre árboles y flores tropicales, como el jengibre, la heliconia, los anturios y las bromelias.

Les Salines

Para aquellos que deseen tomar el sol resulta muy recomendable la punta sur de la isla, poco explotada y donde se encuentra una de las mejores playas: Les Salines. El árido clima de esta zona hace que el cielo permanezca soleado cuando en la isla dominan las nubosidades. La playa atrae a numerosos visitantes los fines de semana y en vacaciones, pero es suficientemente grande y no se producen aglomeraciones. El nombre de Les Salines procede del Étang des Salines (estanque de las salinas), el enorme embalse de agua salada ubicado detrás. Conviene tener cuidado con los árboles venenosos Manchineel Trees (hippomane mancinella), la mayoría señalados con una marca roja, que crecen en la playa, especialmente en el extremo suroriental

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