miércoles, 6 de febrero de 2008

Viaje a Marruecos Marrakech

Marrakech es la puerta del sur por excelencia. Aquí han llegado caravanas de camellos, bereberes, tuáregs, árabes y todas las razas que definen a un mercader y a un viajero.

El punto central de esta fascinante congregación humana es la plaza de Djemaa el-Fna. Se trata de una plaza creada para subrayar la importancia del interior y no el exterior como la mayoría de plazas. Apenas existen edificios visibles o de importancia artística a su alrededor. Lo importante es la fascinante marea humana que se congrega en esta enorme plaza. Encantadores de serpientes, puestos de henna, aguadores, cuenta cuentos, músicos, malabaristas y una multitud de seres humanos que comercian, comparten, se asombran y dan vida a un espectáculo difícil de comparar.

Al atardecer la plaza de Djemaa el-Fna se viste de humo a razón de la multitud de puestos para comer que se diseminan por la gran plaza. Los apetitosos aromas embriagan a uno y fácilmente os dejareis llevar por la marea, os sentareis en algun banco ante la comida, disfrutareis como nunca y os alegrareis de haber escogido Marrakech como vuestro destino turístico.

Conviene a su vez que subáis a la terraza de algún restaurante o café para haceros una idea de la espectacular Djemaa el-Fna en toda su magnitud.

El último día de viaje mis amigos italianos partieron al mediodía y yo aproveché las últimas horas de mi viaje para ver otras zonas de Marrakech.

Me perdí por el enorme zoco al norte de la plaza. Por suerte soy moreno y tirando a bajo –vamos, made in mediterrano- y pocos me marean con su agresivo estilo de venta. Paseé por sus laberínticas callejuelas repletas de lámparas, alfombras, especies y todo lo que el ser humano es capaz de imaginar.

Enlacé el zoco con la mellah –el barrio judío de Marrakech- fundada el siglo XVI. A los judíos no se les permitía vivir en la medina porque practicaban la usura y se les permitió este barrio para vivir.

Visité la kasba donde se hallan las ruinas del Palais el-Badi, las tumbas saadíes y el Palacio Real. Los vi desde fuera. No visité ninguno por falta de tiempo. Preferí aprovechar las últimas horas en Marruecos para relajarme en un buen haman y afeitarme la barba, tras unos cuantos días recorriendo las fascinantes calles, carreteras y desierto de Marruecos, en una barbería con esas navajas que dejan a uno helado sólo de verlas abrir!

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